Enseñar a convivir es tarea de todos

Enseñar a convivir es tarea de todos

“Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos.”  Martin Luther King

Jacques Delors, en el informe de la UNESCO de 1996, con un cierto dramatismo, nos alerta de la necesidad imperiosa de aprender a convivir en un mundo en el que aumenta la potencia humana de destrucción de la mano de los avances científicos, los recursos naturales disminuyen y la falta de solidaridad  aumenta la distancia entre los países ricos y pobres. Es una necesidad urgente pero… ¿a quién corresponde enseñar a convivir?

Aprender a convivir es un proceso abierto y continuo que comienza en la infancia y acompaña durante toda la vida. Cualquier experiencia personal puede enriquecer y reorientar la forma de relación con los otros. Convivir es un arte: para convivir se necesita comprenderse a uno mismo y a los demás, disponer de habilidades sociales, controlar las emociones y conducir el comportamiento por valores personales y sociales respetuosos con el bien común.

Aprender a convivir es básico para la sociedad democrática, que establece un marco de normas y costumbres, exigiendo respeto y compromiso en la defensa de los Derechos Humanos, para aspirar a una convivencia entre personas que esté guiada por los valores de libertad, igualdad y justicia.

Aprender a convivir se inicia en la familia, en un entorno  seguro. En la escuela, el aprendizaje será más complicado; el niño se enfrenta progresivamente a una diversidad de todo tipo (social, económica, religiosa, cultural). Serán sus educadores los responsables de ayudar a desplegar las habilidades necesarias para esta tarea.

Aprender a convivir no es fácil, es un proceso complejo que parte del núcleo íntimo de la persona. Al aprender a convivir consigo misma, se abre progresivamente hacia la convivencia con otras personas (la familia, el trabajo, la calle…). El resultado de esta evolución será la facultad de convivir como miembro activo de la sociedad.

Aprender a convivir con uno mismo invita a conocer los propios pensamientos y sentimientos, construir un proyecto de vida basado en valores. Cuando una persona se conoce a sí misma puede realmente ponerse en el lugar de los demás y comprender lo que piensan, sienten y desean. Demanda construir una propia imagen positiva, luchar por metas realistas con esfuerzo y compromiso. Demanda desarrollar una personalidad sana y equilibrada que se manifieste en forma de  autonomía personal y espíritu crítico.

Aprender a convivir con los demás implica saber comunicarse, expresar las propias necesidades e intereses, respetando las de los demás. Exige la capacidad de dialogar, escuchar al otro y llegar a acuerdos, base para la resolución pacífica de conflictos. Exige respetar las normas y reglas que garantizan el bienestar de todos, siendo capaces de colaborar en proyectos comunes. Exige aceptar la diversidad y considerarla como fuente de enriquecimiento. Exige una defensa clara de la justicia, no permitiendo discriminación o violencia contra otra persona. Todo ello debe estar presente en las relaciones diarias con la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, en cada contacto con cualquier persona.

Aprender a convivir supone participar de forma activa en la sociedad haciendo uso de los propios derechos y cumpliendo los deberes personales y colectivos. No basta con ser un miembro pasivo de la sociedad preocupado únicamente por el  propio interés y la felicidad individual, ya que la ciudadanía reclama responsabilidad, compromiso y colaboración en el bien colectivo para la construcción de un mundo más solidario y justo.

¿A quién corresponde la misión de educar en la convivencia?  No basta con acciones aisladas desde la escuela y la familia. Todos los agentes sociales, instituciones, medios de comunicación, colaboran aportando modelos y valores que educan para una buena convivencia o todo lo contrario. No en vano hay un sabio refrán africano que dice: “Para educar a un niño se necesita a toda la tribu”.

Este artículo de la profesora de Carmen Luca de Tena, profesora de Psicología de Desarrollo del CESAG, se publicó originalmente en la edición nº131 de Mater Purissima (noviembre 2008)

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