La educación musical y los lazos sociales

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Fotografía: Alex Kotliarskyi. Unsplash.com

Los avances de la neuroeducación han constatado que lo fundamental en el aprendizaje es el buen desarrollo de las funciones ejecutivas, aquellas que suceden en nuestra corteza prefrontal y que tienen que ver con: la gestión de las emociones, la atención, la memoria y, en definitiva, con todo lo que nos define como seres sociales.

 

Como consecuencia, en la medida en que potenciemos el bienestar emocional, social o físico, favoreceremos que el niño realmente aprenda. El juego, el arte o la actividad física son, pues, excelentes escenarios educativos para ello. También la música. Veamos por qué.

 

Escuchando música liberamos dopamina y endomorfinas que nos hacen sentir bien. La música tiene incluso beneficios terapeúticos. Mejora, por ejemplo, el sistema inmunológico de los niños y ayuda a combatir el estrés (Gooding, 2010). Además la educación musical favorece las habilidades verbales necesarias para la lectura o la escritura, e incide positivamente en el rendimiento académico (J. Guillén).

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Alberta Giménez fue la primera en introducir en los programas de las Islas Baleares la enseñanza de la música. En otras ocasiones, nos hemos fijado en la importancia que daba a las representaciones teatrales, y sin duda la tiene. Sin embargo, la música ocupaba igualmente un lugar relevante en su pedagogía y, en esto, una vez más fue pionera.

Cuando se acercaban las fiestas navideñas, ella misma componía poemas a modo de villancicos que alguna otra Hermana musicalizaba para que las niñas los cantaran a sus familias.

A mediados de 1900, Alberta hizo llevar al colegio un fonógrafo, probablemente uno de los primeros que llegaron a las Baleares. Esa tarde, según relatan las crónicas, se reunieron en torno al innovador aparato las niñas internas, las Hermanas, familiares e incluso algunas autoridades. Podemos imaginarnos al nutrido grupo congregado en torno a aquella misteriosa caja, escuchando una y otra vez, con admiración, los apenas cuatro minutos de melodía que permitía dicha tecnología.

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Y es que la música desde siempre ha servido para forjar vínculos sociales. Activa nuestro cerebro para captar las emociones de los demás y desarrolla nuestra empatía. La música nos ayuda a compartir estados de ánimo, nos permite compartir sentimientos y nos predispone para la cooperación

Alberta lo sabía y por ello organizaba veladas literario-musicales a las que invitaba a la sociedad mallorquina. Aquellas tardes estaban precedidas por muchos días de ensayo, de cultivo de la sensibilidad, de trabajo cooperativo. Eran ocasiones en las que, en un ambiente festivo, las alumnas trabajaban sus emociones, aprendían a escuchar, adquirían hábitos como la paciencia, el respeto o la buena comunicación entre todas. Todo ello con una clara finalidad, ofrecer un bello espectáculo a los asistentes.

Recuerdo cómo, en uno de nuestros colegios, los niños que formaban el numeroso coro, aprovechaban cualquier rato libre para ensayar, motivados por su entusiasta profesora. No les importaba perderse la hora del recreo con tal de conseguir que sus voces estuvieran perfectamente coordinadas y las piezas que iban a interpretar sonaran armónicas.

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Alberta intuía que, con la educación musical, las niñas aprendían a compartir, les ayudaba a madurar y, sobre todo, ayudaba a forjar lazos sociales, tan importantes para su desarrollo. La educación musical, que ella introdujo en los programas de estudio, junto con el juego o las representaciones teatrales definieron, sin duda, un nuevo paradigma educativo en Mallorca.

La música nos une, rebaja tensiones y permite que nuestras neuronas espejo se activen y experimenten una mirada nueva hacia el otro. Educar en esa mirada y reconocimiento del otro era el estilo pedagógico de Alberta Giménez.

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