Creer en un mundo sin fe

Imagen del reportaje 'Creer en un mundo sin fe'. FOTO. SABINE VAN STRAATEN (UNSPLASH.COM)

¿La juventud pasa de la religión? ¿Muere el cristianismo en Europa? La progresiva disminución del sentimiento religioso en el continente es una constante detectada en diferentes estudios, también en los promovidos por instituciones católicas. De esta manera, este pasado mes de marzo se publicó Jóvenes Adultos Europeos y Religión, un informe conjunto del británico Centro Benedicto XVI de Religión y Sociedad y del Instituto Católico de París (ICP). El estudio avanza que en doce países europeos, más de la mitad de jóvenes de entre 16 y 29 años se declaran ya como no religiosos. En España, un 55%. En Francia, un 60%. En Gran Bretaña, el 70%. En Alemania, se registra un práctico equilibrio: un 47% de ellos se declaran cristianos; un 45% afirman no profesar religión alguna.

Además, en 18 de los 22 países analizados en el estudio, la asistencia semanal a servicios religiosos (dejando de lado ocasiones especiales como bodas o funerales) se sitúa por debajo del 10%.  Excepciones: Polonia, con un 39% de jóvenes que afirman asistir semanalmente, Portugal (20%), o Irlanda (15%). Fuera de la zona geográfica europea, Israel (26%).

Evolución en España. El informe impulsado por la Fundación SM Jóvenes Españoles entre dos siglos (1984-2017),  señala en la autoidentificación religiosa de los jóvenes de entre 15 y 24 años,  una caída en el número de quienes se reconocen como católicos practicantes: del 16% de 1984 al 8,2% de 2016. Un valor de este estudio es que clasifica en ocho grupos diferentes el sentimiento religioso declarado.

La evolución del grupo que se declara como católico no muy practicante en esta encuesta pasa de suponer el 26% en 1984 al 13,8% actual. Por contra, quienes se autodefinen como ‘muy buenos católicos’ (máximo grado de identificación religiosa) eran el 3% en 1984 y un 2,1% en 2016. El crecimiento de quienes se proclaman como ‘No creyentes o ateos’ es importante: de un 6% a 23,7%.

Para el doctor en Sociología Juan María González-Onleo, profesor de ESIC y coautor del estudio, «continúa la tercera gran ola de secularización en España, iniciada en 1995. Pero las características de esta ola son diferentes. A diferencia de la primera, no pasa por el odio hacia lo religioso, sino por la indiferencia».

Para González-Onleo, es llamativo que en la oleada de 2016  un 22,3% de los que se identifican como católicos practicantes o muy buenos católicos afirme que la religión es poco o nada importante en sus vidas, una paradoja y un dato aparentemente contradictorio, que interpreta como un síntoma «de que existe una bolsa de jóvenes católicos practicantes en España que está a punto de caer» y dejar de serlo. El perfil de un católico nominal, agrega, es «más similar» al de un joven indiferente o agnóstico que al de un creyente convencido.

La Iglesia, como institución, ha sufrido en su valoración por parte de los jóvenes, «el desplome continuado de la confianza hacia las instituciones», que ha continuado con la crisis y el proceso de empobrecimiento percibido y de pérdida de perspectivas de futuro: «¿Qué institución ha dado la cara por los jóvenes en estos años de crisis y se ha partido la cara por ellos? Ellos perciben que ninguna. Ahora viven una situación de precariedad. Se les ha tachado de mileuristas, pero es que muchos, hoy día, ni llegan a eso. ¿Quien se partirá la cara por ellos? Quién dirá que no va a seguir colaborando en su proceso de empobrecimiento? Ahí hay una clave de futuro».

Las menores expectativas de futuro que muestran los jóvenes tienen reflejo en la evolución de qué aspectos consideran importantes en sus vidas: en este sentido, llama la atención la importancia que otorgan a la familia, que es el segundo valor en importancia tras la salud (creciendo en 2016 respecto a 1994), y los amigos. En el informe de la Fundación SM se habla de que «más que sentir directamente la crisis, (los jóvenes) han vivido resguardados de la misma por la familia, el superministerio de bienestar dentro de una sociedad que relega en ella esta función, en lugar de ser asumida como algo prioritario por el Estado y las instituciones».

Una evolución en la que, curiosamente, los jóvenes aún valoran más que antes la importancia de una «vida moral y digna’, que es uno de los doce aspectos valorados en la encuesta. De esta manera, un 92,5% observan este tema como «muy o bastante importante» en 2016, frente al 87% de 1994.  Asimismo, se detalla que «los comportamientos morales que menos justificación encuentran entre los jóvenes españoles son aquellos que afectan a la moral pública y a las reglas básicas de convivencia, especialmente los que incluyen la utilización de algún tipo de violencia ( ya sea el terrorismo o la violencia de género). En el extremo opuesto encontramos comportamientos relacionados con el ámbito privado, los sexuales-familiares».

Crisis demográfica y conciliación familia-trabajo. González-Onleo señala dos grandes retos de futuro, recogidos en su serie de artículos Miserials (consultables en Internet). El primero, la crisis de natalidad y demográfica y profundamente relacionada, «que en España la conciliación familia-trabajo es un cuento chino. Los padres llegan agotados a casa. No ha existido gobierno alguno que apoye realmente a las familias».

Esta evolución del sentimiento religioso, con múltiples ramificaciones sociales, culturales y políticas, es interpretada por Javier Elzo, catedrático emérito de Sociología de la Universidad de Deusto, como «el final del estado de cristiandad», pero matiz muy importante, no de la cristiandad ni del cristianismo. En una entrevista publicada en el portal web de la Archidiócesis de Oviedo,  explica que «en el estado de cristiandad, la religión cristiana gobernaba y era, de alguna manera, una especie de Iglesia de Estado. Por varias razones, está estructura está cambiando radicalmente y nos encontramos en un contexto distinto con una sociedad global y plural (…). Estamos entrando en otro modelo de sociedad que exige otro modelo de Iglesia. Nunca ha sido tan católica en el sentido de tan universal como ahora, ni ha estado tan separada del poder, aunque no lo está del todo, y libre de él. Es un momento extraordinario para pensar en otro modelo de Iglesia» que requiere tanto conversión como  cambio, tanto a nivel institucional como personal. Más importante aún, continúa una demanda de espiritualidad, entendida como necesidad de superar la pura materialidad, y búsqueda de plenitud y de sentido a la vida.

A este respecto, Emmanuel Sicre, sj, director de Pastoral del Colegio del Salvador, en Buenos Aires, reflexiona que «la secularización de estos últimos años ha manifestado que, si bien existe una cierta ‘independencia’ de las normas o reglas de una religión, no es posible desprenderse de la dimensión espiritual del ser humano».

Según su experiencia, para acercar la religión a los jóvenes es básico abandonar cualquier prejuicio respecto a su predisposición: «Sucede que tenemos el prejuicio de que muchos ‘están perdidos’. Cuando uno parte de allí, está muerto. En cambio, si lo que nos interesa es llegar a su corazón, buscaremos, como hace Dios, las maneras creativas de acercarnos para poder quererlo como es. Allí empieza toda transformación eficaz. Busquemos qué atrae a los jóvenes y podremos llegar a ellos».

Sicre opina que «el compromiso religioso en los jóvenes  surge más cuando existen pastorales de movimiento, de acción, de tinte más afectivo. Y se da menos cuando la propuesta es más estática o racional. Son estáticas las propuestas religiosas donde ‘no pasa nada’, donde se va a lo mismo, donde los chicos no encuentran la posibilidad de abrirse a los demás, de poner su vida en juego. Cuando la pastoral atiende el dinamismo de la vida, deja de ser estática. Cuando se centra demasiado en un deber, se va rigidizando».

Según este religioso jesuita argentino, lo esencial es hacer llegar las cuestiones básicas: «Jesús es Dios. Y esto es lo más simple de lo simple: es amor, puro amor. Lo que necesitamos para sostenernos en un mundo ‘líquido’ es poder sentir amor, creer que soy digno de amor, y que los demás también lo son».

 

No ahogarse en el silencio. Para Javier Sánchez-Collado, estudiante de 22 años y community manager en la red Facebook del colectivo iMisión, ex seminarista, procedente de Navalmoral de la Mata (Cáceres), el sentimiento religioso en la juventud de su entorno es el de «tierra devastada. En mi diócesis, la edad media del clero es muy elevada» y este factor, en su opinión, es una razón más que «hace muy difícil llegar a la juventud y conectar con ella, porque hablan con lenguajes diferentes. Hay una generación perdida, que ya no se acerca a la catequesis, ni a la Comunión ni a la Confirmación. Socialmente, la mayoría ya ni se plantea las cosas sobre el sentido de la vida. Nos han ampliado tanto las necesidades de los jóvenes, en el sentido de vivir en la escala del tener, de más vida social, del más trabajo, de tener una vida cómoda, que muchos ya ni se plantean preguntas» sobre qué sentido tiene su existencia.

A pesar de ello, Sánchez-Collado señala que «he superado la fase de sentirse un bicho raro. Si vives en la fe, te das cuenta que el mensaje del Evangelio va muchas veces en contra de lo que piensa la sociedad. Jesús te coloca en la tesitura de decidir que quieres hacer con tu vida, y de si tu testimonio concuerda con tus actos. En una vida de fe, se rompe el silencio, porque hay gente que puede ‘morir’ en él. La fe se muere si no se comparte». No es únicamente una experiencia individual, sino compartida.

Sánchez-Collado se muestra convencido de que la primera conexión entre la persona y la espiritualidad «tiene que ser afectiva y humana. No se trata de encender un lagrimómetro, sino de conectar con sus propios objetivos de vida» y la eficacia a la hora de evangelizar «es la de partir desde el punto de vista humano,  que la persona te exponga los problemas que está viviendo y compartirlos, no de plantearlo como una actividad de catequesis o de formación teológica». 

Miguel de la Mata, ofm, profesor y secretario del Instituto  Teológico de Compostela , interpreta que «lo que está en crisis no son las religiones, sino sus formas institucionales. Creer no es contracultural en sí», puntualiza.

De la Mata, secretario general de la Unión de Frailes Menores de Europa (UFNE), estima que es importante conocer las diferencias en las formas de vivir las creencias religiosas. «La fe no es un pack cerrado. Nace de una experiencia personal de conocimiento, que se puede registrar de maneras muy diferentes»y esta diversidad es la que también explica las diferencias de percepción y de asunción de los mensajes religiosos.

De esta manera, De la Mata explicita que «muchas veces, las creencias se viven a nivel ideológico. Pero no existe una implicación personal, desde una relación individual con Dios. La fe, surgida desde este nivel, requiere un compromiso proporcional acorde a mi experiencia de Dios». Igualmente, se puede vivir la espiritualidad  «como un caramelo emocional, que ayuda a mi bienestar personal. Esta es la propuesta de la  ‘espiritualidad a la carta’. Pero es algo que no satisface a mucha otra gente. De ahí surge el Dios de los fariseos: «A mí que me digan qué tengo que hacer», independientemente del concepto de religión como proceso y camino. De ahí también surge el fundamentalismo, que defiende las certezas absolutas. Pero no acepta al otro, al diferente, sólo lo hace en aquello que me interesa. Es una propuesta que acaba siendo tan frágil como la de la religiosidad a la carta».

De la Mata, también profesor en Universidad de Santiago de Compostela, aborda que «el centro de la experiencia cristiana, que sigue de plana actualidad, es la entrega al prójimo, desde la gratuidad más absoluta. El amor encarnado es un mensaje que entiende todo el mundo. Hay que pasar del somos lo que consumimos a somos lo que amamos. Y somos aquello por lo que somos amados incondicionalmente».

Trabajar a partir de experiencias personales. También señala que en la fe cristiana «existe una visión de la persona y de la sociedad centrada en ir más allá del consumo. Sino, podemos pensar en que quién no produce es una carga. Por ejemplo, el anciano». De la Mata valora que la extensión del mensaje católico se produce, hoy día, «trabajando las grandes cuestiones de la persona: amor, encuentro, fiesta, alegría, tristeza. Hay que trabajar a partir de las experiencias. Es difícil, pero es el único camino. A veces, se comienza la evangelización a partir de un nivel eclesial y cristológico, y eso es como comenzar la casa desde el tejado».

Este religioso franciscano observa cinco caminos de futuro para la Iglesia: «mostrar un rostro distinto, cercano al ser humano, insistiendo en sus mejores valores. Una iglesia al servicio de la caridad, que construya comunidades vivas, en las que exista una ayuda real entre sus miembros. Una iglesia acogedora, que no juzga, y también más espiritual. La espiritualidad es un terreno que abonar y que ‘fertiliza’ nuestro interior. Los símbolos son los ‘rayos X’ del espíritu. Nos hacen ir más allá, pero hay que explicarlos, hay que ‘bajar’ al nivel de la persona a la que nos dirigimos. En la sociedad actual, muchos de los símbolos cristianos les son completamente desconocidos. No puede entender automáticamente qué es una eucaristía un niño que no come en familia», relata a modo de ejemplo.

Crear comunidades, ‘ecosistemas’ favorables. Igualmente, destaca el aspecto diferencial de que «la fe cristiana es esencialmente comunitaria, requiere de fraternidad», y citando al dominico Timothy Radcliffe, describe la necesidad de crear comunidades,  ‘ecosistemas favorables’ de fraternidad. En ellas, es más fácil pronunciarse y ser más significativo. Y de ahí surge también la necesidad del acompañamiento personal» en la experiencia religiosa.

La directora del Observatorio Blanquerna de Comunicación, Religión y Cultura de la Universidad Ramón Llull  Miriam Díez Bosch, constata que ya «no estamos en una sociedad en que la religión configure la vida de personas e instituciones. Pero tampoco recuerdo ni sería bueno vivir en un mundo en que todo el mundo piense igual. La diferencia nos estimula y nos hace mejores. Nos obliga a depurar nuestras visiones de la fe. La fe configura la vida de millones de personas, pero convivimos con gente que no tiene con la religión relación ni anclaje. Y tenemos que entendernos todos».

Vivir la fe en una sociedad secularizada  supone el mismo reto de siempre: «vivir la fe. Vivimos la época en la que Dios nos ha querido situar. Por tanto, es aquí y no en un lejano y nostálgico pasado donde tenemos que hacer la tarea. La vida está llena de posibilidades y es estupendo poder aportar nuestro granito de arena, con el trabajo, con la gente que tenemos alrededor, pero también con una lógica evangelizadora, con todas las personas que no han oído hablar nunca» de esta propuesta.

Para Díez Bosch, «la Iglesia tiene mucho que aportar, a tantos niveles:  la pregunta por el sentido de la vida, por el ahora, el aquí y por el más allá, el sentido del sufrimiento, la generosidad humana que nos une, el llamado a ser todos hermanos… y el perdón, gran hallazgo del cristianismo que nos hace ver nuestra humilde condición humana».

Para la directora del área de Expertos del portal Aleteia, «es genial  ser cristiano. Te aporta una luz ante la vida que nunca se apaga, ni en la noche más oscura. La religión es más: es implicación social, mejoramiento cultural y estar en el mundo en todos los ámbitos. Es por este motivo que soy optimista: las personas creyentes se esfuerzan por hacer su entorno mejor, con esperanza».

Directora del posgrado de Comunicación y Religión de la Universidad Ramón Llull, estima Díez Bosch que, en el futuro, «la religión no va a bajar su presencia, porque es una dimensión del ser humano y aunque se expresa de otras maneras, menos institucionales, sigue ahí. La religión jugará un papel determinante en las próximas décadas y  será más visible, aunque quizá menos numerosa: no confundamos números con presencia pública».

Más formación y educar en el equilibrio. El director de la revista Misión Joven y religioso salesiano Jesús Rojano reflexiona sobre «qué implica ser un hombre de fe hoy día. En primer lugar, hay que tener más formación que antes. La persona debe profundizar en saber desde dónde reza, qué le mueve por dentro, en su ropaje cultural». Rojano estima que «hay que educar en el equilibrio, en el compromiso individual, pero también en saber que la fe no es un hecho individual, sino que  enseguida está lo comunitario. La fe es personal, pero la vivo con otros». Coincide con el resto de entrevistados en que «la fe casi nunca comienza por una parte intelectual, sino desde una conexión emotiva». A este respecto, «el cristiano debe caracterizarse por su alegría, por un testimonio lleno de vida», para el que recomienda leer el mensaje de la exhortación apostólica Evangelii gaudium.   En ella, Francisco llama a actuar «más que como expertos en diagnósticos apocalípticos u oscuros jueces que se ufanan en detectar todo peligro o desviación, es bueno que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza».

En su opinión, «no debemos educar en el aislamiento (de los  jóvenes creyentes con respecto al resto de la sociedad)». Rojano asevera que «existe actualmente una imagen pública muy distorsionada de la Iglesia», en cuanto a identificarla únicamente con una jerarquía, cuando «la Iglesia es también esas personas que tú conoces, que trabajan en tu barrio, que están al servicio de los demás, y valoras de manera muy positiva».

Para Emmanuel Sicre, «Cristo sí, Iglesia no, es una vieja contradicción. Pero cuando bajamos a la realidad, lo cierto es que en la Iglesia hay de todo. Se vive una pluralidad de estilos increíble. En ocasiones, la vemos con prejuicio mediático, como estereotipo que nos excusa de probar algo que puede llegar a gustarnos. Es cierto que en la Iglesia hubo, hay y habrá terribles errores, pero cuando nos acercamos a una comunidad concreta y nos vinculamos con personas que devienen amistades en la fe, todo se vive de otra manera». Actualmente, opina que «muchos nos encontramos un poco confusos sobre qué es más importante. Y aparece el famoso interrogante paulino: ¿Qué nos salvará? ¿La fe o la gracia? ¿La norma o el amor? Cuando hacemos el ejercicio de discernimiento en que descubrimos que Cristo reúne en su corazón la ley del amor, entonces comprendemos las cosas de una manera nueva».

2050: 35% más de población y menos ateos y agnósticos

Un mundo con 9.300 millones de habitantes, un 35% más que en 2010, y con una población más concentrada en países en vías de desarrollo y sorpresivamente (si se interpreta la realidad mundial sólo partiendo de España), con más personas religiosas. Estas son las previsiones que realiza el estudio Pew-Templeton Global Religious Futures, en base a proyecciones de población hasta 2050, que dibujan escenarios  de sentimiento religioso muy diferentes al actual. Un crecimiento demográfico repartido de manera desigual (África será el continente que crezca más rápido),  hará crecer el número de musulmanes del 23,2% al 29,7%, frente a un 31,4% de cristianos, proporción similar a la de 2010. Las dos grandes confesiones se acercarán a la paridad y cuatro de cada diez cristianos, en el futuro, vivirán en el África Subsahariana. Este informe señala que si la tendencia se mantiene, en 2070 el número de musulmanes superará al de cristianos. Europa es el único continente para el que prevén tasas de crecimiento negativas: su población puede descender cerca de 100 millones en las próximas decadas (de 553 a 454). Y relacionado con este hecho, que los grupos principales de indiferentes a la religión se concentren en Europa y América del Norte, zonas con escaso crecimiento demográfico, implica que el porcentaje  mundial de población indiferente al hecho religioso, pueda disminuir: del 16,4% de 2010 al 13,2% en 2050, aunque puedan crecer en países como Francia o EE.UU.  El país con mayor número de musulmanes sería la India, por encima de Indonesia.

El cristiano del futuro, según Karl Rahner

Karl Rahner (1904-1984) es para muchos uno de los principales téologos del siglo XX y una de las principales figuras dell Concilio Vaticano II. Rahner reflexionó mucho en su momento sobre el avance de la secularización y sobre las características del creyente del futuro. En su opinión, «la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, previos a la experiencia y a la decisión personales».

Frase que remarcaba con su aseveración de que «el cristiano del futuro, o será un místico o no será cristiano», ya que « sin la experiencia religiosa interior de Dios, ningún hombre puede permanecer siendo cristiano a la larga, bajo la presión del actual ambiente secularizado». Experiencia personal que también se debía combinar con una profunda entrega, un verdadero servicio al mundo y al prójimo,: « Quién ejercita las virtudes del mundo y se deja educar por él en la alegría, en la audacia, en la fidelidad al deber y en el amor, vive ya en parte, una auténtica espiritualidad, y esas virtudes mundanas le revelarán un buen día el más profundo misterio, que es Dios mismo».Rahner plantea una ‘ascética de la libertad’ como base de un estilo de vida sobrio, a la par que autoexigente: «Estos límites que uno se impone a sí mismo no pueden ser reducidos en nuestros tiempos a un esquema general institucionalizado, en oposición a lo que antes ocurría. Pero tampoco pueden quedar en mera teoría o mandamiento abstracto. Tienen que adoptar una forma que configure nuestra vida y sea eficaz y concreta».

Por una Iglesia "transparente, alegre e interactiva"

El documento de trabajo preparatorio del Sínodo sobre los Jóvenes ‘Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional’, que se celebrará en Roma el próximo octubre recogió las opiniones de decenas de miles de jóvenes, también de  no creyentes. Asume que   «muchos jóvenes, al ser preguntados sobre cuál es el sentido de su vida, no saben qué responder. No siempre hacen la conexión entre vida y trascendencia. Muchos jóvenes, habiendo perdido la confianza en las instituciones, se han desvinculado de la religión institucionalizada y no se ven a sí mismos como «religiosos».

El informe, sin embargo, también establece que «los jóvenes están abiertos a lo espiritual». Igualmente «quieren testigos auténticos, hombres y mujeres que expresen con pasión su fe y su relación con Jesús, mientras animan a otros a acercase, conocer y enamorarse de Él».

Asimismo, «los jóvenes de hoy anhelan una Iglesia que sea auténtica. Queremos decir, especialmente a la jerarquía de la Iglesia, que debe ser una comunidad transparente, acogedora, honesta, atractiva, comunicativa, asequible, alegre e interactiva.». Entre las iniciativas a reforzar, además de grandes eventos, reforzar «pequeños grupos locales donde podemos expresar nuestras preguntas y compartir en fraterna comunión (…). El encontrarnos de esta manera es especialmente importante para aquellos jóvenes que viven en países donde los cristianos son menos aceptados».

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