El arte de discernir

Norberto AlcoverIgnacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, situaba el discernimiento en el núcleo de sus conocidos Ejercicios Espirituales. Para él, que se había pasado la vida en «actitud discerniente» para solucionar una de tantas situaciones en las que debía elegir una cosa u otra, discernir era la prueba del algodón de que uno/a estaba en sintonía con la realidad, con la propia conciencia y, por supuesto, con el Evangelio de Jesucristo.

Sin discernimiento, nadie, decía en su momento San Ignacio de Loyola, tiene seguridad de caminar los caminos del Señor con un mínimo de fiabilidad. Y entonces sobreviene la equivocación, la frustración que conlleva  y el probable daño a terceros. Discernir es también tener garantía de «hacer lo que Dios espera de mí».

¿Qué es discernir? En primer lugar, acotar y objetivar la realidad que deseo conocer, con el objetivo de situarme correctamente ante ella. Nada de engaños. Nada de falsos aprioris que puedan distorsionar. La realidad es la realidad. [pullquote]Discernir: «hacer lo que Dios espera de mí», alinear realidad y conciencia[/pullquote]

En segundo lugar, valorar el contenido de la realidad conocida por la objetivación, según los criterios evangélicos: lo positivo y lo negativo en función del Espíritu de Jesucristo. Y por fin, determinarme por una u otra resolución, que convertirá la realidad en cuestión en «voluntad de Dios».

Y llegados aquí, lanzarnos a verificar el resultado del discernimiento de forma contundente. Consultadas las personas oportunas.

Es delicado, pero es  posible y del todo necesario. Un arte.

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