Abandono escolar: punto negro educativo

ABANDONO

 

 

El éxito tiene muchos padres. El fracaso, sin embargo, es siempre huérfano. La historia del sistema educativo español está llena de éxitos y ha sido y debe ser un motor de la modernización y progreso del país. El éxito ha ayudado a tapar sus puntos negros, que lastran nuestro futuro, como sociedad y como sistema educativo. Puntos que ponen en entredicho la veracidad de nuestras apuestas por la educación de calidad, así como nuestro interés  en fomentar la innovación y la sociedad de la información y del conocimiento, y en garantizar la igualdad de oportunidades.

El más sangrante punto negro, tal vez, nuestras tasas de fracaso escolar muy por encima de las medias europeas, desde hace décadas. Acabamos 2012 con una tasa de abandono escolar prematuro del 24,9% prácticamente el doble de la media de la UE, que es del 12,8%. Entendemos por abandono escolar prematuro al porcentaje de jóvenes de entre 18 y 24 años que no han completado la educación secundaria superior (bachillerato o ciclos formativos medios), y que tampoco reciben formación actualmente.

Se podría realizar una lectura optimista de estos datos destacando que por cuarto año consecutivo estas tasas bajan en España (la crisis económica ahuyenta a muchos jóvenes de sus ganas o ideas de abandonar la escuela para encontrar trabajo). El problema para realizar esta interpretación es que también somos el país con la peor tasa de la Unión Europea. Sólo Malta presenta cifras similares (22,6%).

Nuestros índices de repetición, en base a los datos del estudio de la Comisión Europea La repetición de curso en la educación obligatoria en Europa, que recoge e interpreta los datos de la última edición de PISA, señalan que en 2009 la proporción de alumnos de 15 años que habían repetido curso, al menos una vez, era superior al 30% en España, el triple de la media europea, lo que también pone en cuestión la eficacia de nuestro sistema de repetición como vía e incentivo para corregir bajos rendimientos académicos.

El abandono escolar prematuro y el fracaso educativo tienen dos consecuencias. En primer lugar, son un factor de riesgo para la marginación y la exclusión social. Un joven que deja pronto la escuela, sin título de ESO, o sólo con éste, podrá encontrar trabajo no cualificado por varias vías. El problema es qué ocurrirá si lo pierde. Su falta de titulación y de formación lo excluirá de muchas ofertas laborales.

 

Universitarios

 

Como sociedad, un grado tan alto de fracaso escolar resta formación cualificada y mucho potencial a la economía. Según los datos estadísticos de Las cifras de la educación en España, publicación del Ministerio de Educación y Cultura, contamos con un porcentaje altísimo de titulados entre los jóvenes de 30 a 34 años de nivel superior (universitario o equivalente): un 40,6% (datos de 2011), más que la media  europea. Esto es un éxito, pero que no oculta que nuestros niveles educativos inferiores sufren, y mucho. Nuestros universitarios, sin oportunidades laborales, son uno de los colectivos que protagoniza una nueva fase de emigración al exterior, la emigración de alta cualificación. Una pérdida sensible para el país. Una versión de alto nivel del ‘Vente pa Alemania, Pepe’.

Motivos adicionales de preocupación son que existan notables diferencias de resultados entre comunidades (ver gráficos), que sitúan a Euskadi y Navarra en medias europeas,  y a comunidades como Baleares y Canarias en el furgón de cola. Igualmente, es para preocuparse que el grado de fracaso escolar de los hombres sea ampliamente superior al de las mujeres. Para dar un ejemplo: en 2011 un 69,2% de mujeres españolas entre 20 y 24 años había superado la educación secundaria. Los hombres, un 54,5%.

La apuesta por la formación del profesorado

La apuesta por la formación del profesorado

¿Es un problema de inversión económica? España gasta menos en educación en porcentaje que sus vecinos de la UE
( 5,01% del PIB en 2009 respecto al 5,4% de media  o 6,81% en Finlandia, país líder en las evaluaciones PISA). Un análisis de las cifras al detalle nos dice que nuestro gasto por alumno en Educación Primaria y Secundaria (5.627 euros en Primaria y 7.621 en ESO) supera las medias europeas. Aún más, el número medio de alumnos por profesor en esta última etapa en España es mejor (9,9) que el de la celebérrima Finlandia (13,7 alumnos por profesor).  Todo esta cascada de datos señala que, además de los sacrificios que impone la crisis en cuanto a asignación de recursos, el sistema educativo español adolece de falta de mayor eficiencia y eficacia en algunos niveles, y que la eficacia de nuestras acciones para atender al alumnado con problemas de rendimiento deja mucho que desear.

 

Mala salida aún a formación profesional

 

Mariano Fernández Enguita, catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, señala en entrevista a Mater Purissima (ver aquí entrevista completa) que estos datos de abandono prematuro del sistema educativon son «en parte, un resultado de su ordenación. Sin graduación en la ESO no hay continuidad (el título de Secundaria era necesario para acceder a los ciclos formativos de grado medio). A esto se añade una cultura clasista y elitista, tanto social como profesional, que parte del supuesto de que muchos no valen (sic) para estudiar. Por eso nos separamos poco en las competencias medidas (por ejemplo, PISA) y mucho en los resultados académicos».

Fernández Enguita se proclama un enemigo del actual sistema de repetición: «Es un absurdo lógico, un desastre educativo y un inútil despilfarro económico. Tenemos las máximas tasas de repetición y no arregla nada. No hay que tratar a todos por igual para luego bifurcarlos en el tiempo (repetición) o en el espacio (itinerarios), sino tratarlos de manera distinta para lograr que lleguen al mismo sitio, al igual que a un edificio se sube por el ascensor, la escalera o la rampa. Los países de mayor éxito dan por sentado que la generalidad de los alumnos pueden alcanzarlo, siempre que se les den la oportunidad y la atención necesarias».

Juan Manuel Escudero Muñoz, catedrático en la Universidad de Murcia y director de su grupo de investigación de Equidad e Inclusión en Educación, señala a esta revista que ante el fracaso escolar «la tentación es depositar toda la responsabilidad en el alumnado», cuando en realidad es un problema complejo, con muchas causas. Escudero afirma que «tenemos mucha falta de información», así como carencias en «nuestra cultura de evaluación a pie de obra». «La mayoría de los análisis son macrosociológicos, pero nos falta una parte de la película: el funcionamiento interno de nuestras escuelas: qué se enseña, cómo se hace, y más importante aún en este ámbito, qué hacemos o dejamos de hacer ante las dificultades de aprendizaje. Damos palos de ciego por falta de evaluación de lo que ya hemos hecho».

 

Autonomía y liderazgo

 

Enguita y Escudero coinciden en la necesidad de mejorar la formación en técnica didáctica del profesorado como vía para el éxito escolar. Con respecto a las conclusiones del informe McKinsey, Enguita cree que «en la escuela lo esencial es la profesión. La formación actual es muy insuficiente. La de los maestros es muy débil: corta, además floja, poco exigente y nada selectiva, algo que deberían abordar las universidades y, más aún, los empleadores, empezando por las administraciones. La de los licenciados es disciplinarmente buena pero, en principio, ajena a la función de educar, algo que los actuales másteres (de formación para dar clase) pueden llegar a aliviar un poco, pero seguramente poco».

Escudero destaca que en los países con mejores resultados, los profesores «destinan a coordinación y análisis de sus clases muchísimo más tiempo que aquí. La formación continuada, configurar comunidades profesionales de aprendizaje, son también una cuestión de política educativa y de valoración de la profesión». Defiende una autonomía auténtica de los centros y una capacidad de «liderazgo compartido» por parte del equipo directivo, «que la legislación actual ya permite, pero que se ha quedado en una autonomía burocratizada». Igualmente, es partidario de fomentar «la coordinación, que no la competencia», entre centros, estableciendo redes de colaboración para compartir buenas prácticas educativas.

«Hay que prestar atención a las políticas de resultados», proclama Fernández-Enguita. «Castilla y León, por ejemplo, es pobre y poco industrial, pero sus resultados son excelentes. Baleares, por el contrario, es rica y sus resultados son muy malos. La estructura económica es sólo una parte del problema. Hemos repetido hasta el aburrimiento, por ejemplo, que los adolescentes de las comunidades mediterráneas querían ir a trabajar porque les atraía el empleo fácil de la construcción y de la hostelería, pero no hemos intentado explicar por qué querían dejar la escuela».

 

Creciente desapego

 

De hecho, vivimos un momento pleno de paradojas. La valoración social de la educación es mayor que nunca. Sin embargo, existe un creciente desapego de los jóvenes hacia la institución educativa. «Que la enseñanza sea obligatoria de derecho, y aún más de hecho, nos está ocultando su magnitud. La escuela tuvo el monopolio del conocimiento y la educación y lo ha perdido, por lo que debe reinventarse para ser un plus y no un minus». El investigador y catedrático de la Complutense detalla que «uno de los mayores desafíos de la sociedad del conocimiento es la brecha digital. La escuela es quien debería corregir eso, pero resulta que no lo hace porque ni la institución ni la profesión están a la altura de las circunstancias: se mantiene y hasta se profundiza la brecha digital primaria y secundaria porque existe una brecha terciaria, entre el profesorado y el alumnado, entre las responsabilidades y las capacidades, que le impide hacerlo».

Escudero Muñoz señala que tanto el éxito como el fracaso escolar «deben ser una prioridad de todo el centro. Los alumnos con dificultades no son un problema del orientador o del profesor». Asimismo, una mayor y mejor vinculación entre escuela, sociedad y familia también es necesaria para asegurar un mejor rendimiento académico, y mayores niveles de innovación y renovación pedagógica.

Si llega a leer aquí, muy probablemente se preguntará: ¿nuestro sistema educativo es un desastre? ¿Por qué se actúa con mayor contudencia? Si esperaban una respuesta sencilla a un problema complejo, no existe. El sistema educativo español afrontó grandes retos en la última década: la extensión de las Tecnologías de la Información y Comunicación (ver Mater nº142) y la escolarización de los hijos de la inmigración llegada en los 90 y  los 2000. Los alumnos extranjeros han pasado de ser 141.916 en 2001 a 781.141 en 2011, un aumento del 450%. La red de centros públicos ha absorbido a un 81,7% de estos alumnos, por un 15,2% los privados (incluyendo concertados) y un 3,1% los extranjeros, según las últimas estadísticas. Su llegada y el momento en que se produce su entrada en el sistema (Infantil, Primaria o ESO) plantea escenarios diferentes. Las vías en que las escuelas y sistemas autonómicos tratan la diversidad es diferente, igual como sus resultados. Los expone de forma muy gráfica la memoria de 2012 del Consejo Escolar del Estado, en su página 459.

El alumnado extranjero se halla más expuesto al abandono prematuro que el español (con todas las excepciones, matizaciones y particularidades que engloba un colectivo tan diverso). Pero esa diferencia puede ser del 6,4%, como ocurre en Navarra, que cuenta con un porcentaje de alumnado inmigrante superior a la media, o del 40%, como Cantabria, según refleja el Informe sobre el Estado del Sistema Educativo de 2012 del Consejo Escolar del Estado (muy aconsejable ver sus propuestas de mejora). Para una mayor cohesión se debería, como norma general, imitar las buenas prácticas de los mejores.

 

Lento despliegue

 

José Antonio Martínez, presidente de la Federación de Asociaciones de Directivos de Centros Educativos Públicos (FEDADI) y miembro del Consejo Escolar del Estado, asevera a Mater Purissima que en la problemática del abandono escolar, «España cuenta con factores específicos, como son la diferencia por sexo y por nacionalidad del alumno», pero que a nivel general «no se entienden diferencias tan grandes en función de la región». El sistema «tiene con un componente de estructura, que regula el Estado), y otro de gestión (en manos de las diferentes autonomías). Si seguimos como siempre, en que cuando las cosas van mal, hemos cambiado toda la estructura, es contraproducente. Lograr resultados en educación requiere mayor estabilidad». Sánchez es un convencido de la bondad de la extensión de la escolaridad a los 16 años, «pero escolarización no quiere decir que todo el mundo tenga que hacer lo mismo. Nuestro problema no es elegir un año antes o después, sino que existan diferentes itinerarios, y con vías de retorno». Igualmente, destaca que hay escasa evaluación y lento despliegue de leyes: «Cuando ya hablamos de FP dual, aún hay ciclos previstos en la Ley de 2001 que aún no se han puesto en marcha. Y luego hay quien habla de que la formación profesional es responsable del paro». Martínez tampoco ve bien el actual sistema de repetición «por costoso e inútil» y ve necesario aplicar «de verdad» el currículum educativo no por contenidos, sino por competencias.

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No sólo la pobreza excluye en América

El estudio Fracaso y abandono escolar en España, de Enguita, Luis Mena y Jaime Riviere, trata el abandono escolar no como una decisión puntual, sino como un proceso de progresiva desvinculación de la escuela que tiene su origen mucho tiempo antes de que el problema se manifieste. En Primaria, uno de cada 10 alumnos ya ha repetido curso en este ciclo, afirmaba el informe. Según los datos 2010-2011, las tasas de graduación de Primaria a los 12 años han pasado al 83,7% desde el 87,2% de hace diez años. Todo un toque de atención, que se hace mucho más visible en ESO. También para plantear la eficacia y calidad de de las salidas alternativas como los PCPI (FP básica en la nueva propuesta del Gobierno). Todo un reto de futuro.

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