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Para amar en el amor

Cuenta la sabiduría popular que un día un maestro preguntó a sus discípulos: “¿Por qué la gente grita cuando está enojada?”. Después de algunas respuestas que no lo dejaron satisfecho continuó: “Pero… ¿por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado? -insistió el maestro- ¿No es posible hablar en voz baja? ¿Por qué gritas a una persona cuando estás enojado?”. Sus discípulos dieron algunas otras respuestas, pero ninguna de ellas le satisfacía y fue él quien dio la respuesta: “Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia, para poder escucharse, se ven forzados a gritar”.

Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse  el uno al otro en esa gran distancia. ¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran? Ellos no se gritan, sino que se hablan suavemente. ¿Por qué? Simplemente porque sus corazones están muy cerca y la distancia entre ellos es muy pequeña. Cuando se enamoran todavía más…  ¿qué sucede? No hablan, sólo susurran y su amor los acerca todavía más. Finalmente no necesitan ni susurrar: sólo se miran, eso es todo. Así de cerca están dos personas cuando se aman.

Resulta interesante la afirmación que el documento conciliar Gaudium et Spes afirma en el número 19: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe solo y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Sin embargo, todo parece indicar que el ser humano ha olvidado esta raíz de unión con Dios”.

Cuando le preguntaron a Jesús cuál era el primer mandamiento, Él respondió: “Amar a Dios y al prójimo como a sí mismo”. Es decir amar en el Amor. Pero, ¿qué significa esto?

Amar en el Amor podría sonar un poco romántico, sin embargo es un camino justo, arduo y esencial. Quiere decir que es vital mantener una comunicación constante con uno mismo y con Dios. Quiere decir que día a día es necesario aprender a amarse a sí mismo. Precisamente porque en el amarse a sí mismo uno descubre a Dios. Es importante tener presente que este amor a sí mismo no es el amor egocéntrico, vanidoso. No. “El verdadero amor, el amor profundo, el amor misterioso, no tiene palabras”.

El mundo de hoy busca a Dios pero no lo encuentra. El motivo de esta “ausencia de Dios” es porque se le busca en el lugar equivocado. El hombre de hoy busca fuera lo que lleva dentro. “Entonces Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre tuvo aliento y vida” (Gn 2, 7). Ese soplo de vida es la firma del Creador, la alianza de amor entre Creador y creatura. Es por esto que el hombre no puede vivir sin la comunicación de su Amado.

En este mundo moderno la actividad se ha convertido en uno de los enemigos del ser humano. Se trabaja más para tener una vida “mejor”, sin embargo el salario es menor, así que a veces en lugar de trabajar para vivir, se vive para trabajar. Se tienen pocos hijos, y en la familia cada uno vive sus propios caminos. Desafortunadamente este activismo ha entrado también en la Iglesia, ha entrado en las relaciones con Dios. Se busca a Dios en el hacer. Muchos, incluidos algunos de los que nos hemos consagrado a Dios en el servicio al prójimo, nos hemos convertido en funcionarios eclesiales. Y no es lo mismo ser funcionario que ser servidor de Cristo.

 

El funcionario hace porque lo debe hacer, porque busca ser reconocido de algún modo. Llegamos a pensar que somos por lo que hacemos. ¿A qué se debe que en ocasiones en los grupos parroquiales, en las escuelas, en las misiones, no se llegue a un consenso en el modo de trabajar? A que cada uno quiere caminar según el propio parecer, según el propio amor personal.

Ser servidor de Cristo significa ser un reflejo del amor, implica ser un canal por donde pasa el amor de Dios. El servicio a la Iglesia es precisamente el modo de vivir el amor al prójimo, que a su vez es el fruto de la comunicación con Dios, de la experiencia de la intimidad con el Amor. El amor al prójimo es el fruto del silencio de dos corazones que hablan en voz baja, que susurran, de Corazón a corazón. El amor al prójimo es el fruto de las palabras suaves que, todas las mañanas al levantarnos, nuestro corazón enamorado le dice a Dios. Es el fruto de la contemplación de los minutos que al anochecer dedicamos a Dios para evaluar cuál es la distancia de nuestro corazón con el suyo.

Amar en el Amor es como lo describe la laica mística francesa Madeleine Delbrel (1904-1964), : “Si tuviera que elegir una reliquia de la Pasión tomaría precisamente aquella palangana llena de agua sucia. Recorrer el mundo con ese recipiente y a cada pie ponerme la toalla para después agacharme hasta el suelo, sin levantar la cabeza más allá de la pantorilla para no distinguir a los enemigos de los amigos y lavar los pies del vagabundo, del ateo, del drogadicto, del encarcelado, del asesino, de quien ya no me saluda, del compañero por el que jamás rezo, en silencio, hasta que todos hayan entendido en el mío, tu Amor”.

El silencio de la intimidad con Dios y con uno mismo es el remedio a esos ruidos exteriores que quitan la paz; es el camino para una relación amorosa entre Creador y creatura; el camino para aprender, para amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Entonces sí, aprenderemos a hacer un buen examen de conciencia antes de acercarnos al sacramento del amor: la reconciliación, susurro de dos corazones enamorados.

Gabriel Andrés Rendón Medina, ssp.

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