Einstein con científicos

Ciencia y tecnología como vocación

Muchos hombres han dedicado su vida a la ciencia. Esta dedicación cuando es verdadera es como un monacato, es decir, absorbe todas las facultades y capacidades de la persona y supone muchas renuncias. Sólo es posible esta entrega cuando nace de una verdadera vocación. Un espíritu capaz de tanto sacrificio, esfuerzo y dedicación en busca del saber sólo tiene sentido desde una gratuidad y finalidad de servicio. Creemos que estas personas pueden ser buen ejemplo y pueden alumbrar posibles formas de vida para quienes la comienzan ahora.

 

Según el Diccionario de la RAE, definimos Ciencia y Tecnología en estos términos:

Ciencia: Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales.

Tecnología: Conjunto de teorías y de técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico.

Seguramente todos estaremos de acuerdo en que nos encontramos en la era de la ciencia y la tecnología. Basta echar un vistazo a nuestro alrededor: medios de transportes que facilitan los viajes largos en poco tiempo y con poco esfuerzo; medios de comunicación que nos mantienen informados casi en el mismo instante en que ocurren los hechos, en cualquier parte del planeta; gadgets tecnológicos que con sólo apretar un botón nos acercan virtualmente conversaciones, vídeos, imágenes y textos; avances médicos que alargan nuestras esperanzas de vida; descubrimientos impresionantes que hacen realidad lo que antes era ciencia ficción, etc. Parece evidente que ciencia y tecnología han tenido un avance importante en las últimas décadas.

En esta nueva sección del Mater Purissima queremos reflexionar juntos sobre este tema en dos direcciones: ¿Es realmente justa y verdadera la crítica negativa que se realiza a la Iglesia como oponente de estos avances científico-tecnológicos? ¿Hasta qué punto todos estos avances están consiguiendo realmente una mejor calidad de vida para todos los habitantes de nuestro planeta?

Henry Margenau , de la Universidad de Yale, Colaborador de Einstein, con ocho doctorados Honoris Causa, comenta: Hay muchos positivistas que no han aportado nada a la ciencia directamente. Así que es de suponer que el conocimiento que tienen de lo que está sucediendo en la ciencia moderna es insuficiente para que se hagan una idea global equilibrada. Si se pregunta a los científicos que tienen una experiencia superficial de la ciencia, sobre todo profesores de bachillerato, se tendrá la impresión de que existe conflictividad entre ciencia y religión. Sin embargo, la impresión será muy distinta si se interroga a quienes realmente son científicos de categoría, es decir, a las personalidades que han hecho aportaciones importantes; estoy pensando en gente como Eccles, Wigner, que es buen amigo mío, Heisenberg, al que conocí personalmente, Schródinger, que venía a verme a mi casa, o como Einstein, que era menos explícito sobre sus opiniones religiosas, pero que las tenía. Los científicos de vanguardia, la gente que ha contribuido decisivamente al gran desarrollo científico de los últimos cincuenta años son todos -por lo que yo conozco- personas de creencias religiosas. Ninguno de estos hombres ha planteado alguna objeción a la religión. Tampoco escriben mucho sobre el tema -Heisenberg lo ha hecho a
veces- pero con toda seguridad no son ateos. Es decir, lo que quiero subrayar es que si nos fijamos en los científicos más prestigiosos encontraremos muy pocos ateos entre ellos.

De hecho, muchos grandes científicos e inventores de la antigüedad y de hoy, que han aportado mucho a la humanidad, no sólo han sido creyentes, sino hombres católicos y de Iglesia: Nicolás Copérnico, astrónomo y postulador de la teoría de que la Tierra gira alrededor del Sol, canónigo en Polonia; E Gregorio Mendel, O.S.A., biólogo, padre de la Genética y descubridor de la herencia genética (Leyes de Mendel), monje agustino; Gugliemo Marconi, premio Nobel de Física en 1909, pionero de la radiodifusión sonora, creador de Radio Vaticano; Mons. Georges Lemaitre, astrónomo, postulador de la Teoría del Big-Bang y presidente de la Academia Pontificia de las Ciencias, sacerdote; Blaise Pascal, físico, pionero de la mecánica de fluidos, autor de libros de espiritualidad. Y otros muchos católicos, tales como Louis Pasteur, Alessandro Volta, Evangelista Torricelli, Jeróme Lejeune, Erwin Schródinger, André-Marie Ampére, etc.

Pero, si nos fijamos en nuestro mundo, podemos observar, por una parte, que actualmente no todos los avances científico tecnológicos llegan por igual a todas las regiones del planeta y, que mientras en Europa a un adolescente le preocupa no perder el móvil, el mp4, la nintendo, etc., hay otras zonas de nuestro mundo donde los adolescentes no pueden tener ese tipo de inquietudes porque simplemente les falta lo básico para vivir. ¿Pensamos en ello?

Por otra parte, estos avances científico-técnicos están repercutiendo notable y muchas veces imperceptiblemente en la fe religiosa de las personas. Han modificado sus costumbres, su modo de vida, sus necesidades, etc. Han generado todo un conjunto de circunstancias, a ve-ces en apariencia irrelevantes, que hacen sentir su peso en la vida espiritual. En muchos casos, al no haberse seguido unos principios cristianos que antepusieran a la persona a los beneficios económicos, se han creado unas dificultades externas para vivir una vida más plenamente humana y coherentemente religiosa.

Y mientras tanto, el corazón humano, por más lleno que esté de comodidades y avances tecnológicos, sigue sintiéndose solo en medio de excelentes comunicaciones con desconocidos que viven a miles de kilómetros, y que siguen dejando el inmenso hueco de las escasas y malas comunicaciones con las personas que tenemos a pocos metros y comparten con nosotros trabajo, casa, estudios, etc. Esto mismo, trasladado a las grandes potencias, nos hace pensar en la precaria paz de nuestro mundo, que se basa más en el miedo al desastre total provocado por una gran guerra, que en el logro de unas relaciones más justas.

En la encíclica Redemptor hominis, la primera de su pontificado, Juan Pablo II hace referencia a la ambivalencia del desarrollo técnico. Se resumen sus palabras en que el progreso se puede hacer a favor o en contra del hombre. Por ejemplo, la energía nuclear puede ofrecer innumerables ventajas, pero también puede llegar a producir una catástrofe de incalculables consecuencias.

Muchos son los ejemplos que se podrían poner. En sí misma, la técnica y su progreso son buenos, pero los hombres pueden utilizarlos para el bien o para el mal, para elevarse o para degradarse. Si son utilizados para fines ilícitos serán negativos, si, en cambio, se utilizan para conseguir que cada hombre sea mejor, los resultados serán deseables y buenos. Como indica el Concilio Vaticano II: el espíritu crítico más agudizado purifica la vida religiosa de un concepto mágico del mundo y de residuos  supersticiosos y exige cada vez más una adhesión personal y operante de la fe, la cual hace que muchos alcancen un sentido más vivo de lo divino (Gaudium et spes, n. 7).

Para que este sentido de lo divino crezca en los hombres de hoy, se impone una sana actitud crítica hacia los avances y retrocesos de la cultura de nuestro tiempo. Terminamos, a modo de resumen, con unas
palabras del Papa Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in Veritate:
El progreso, en su fuente y en su esencia, es una vocación: ‘En los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación’… (n. 16).

No basta progresar sólo desde el punto de vista económico y tecnológico. El desarrollo necesita ser ante todo auténtico e integral. El salir del atraso
económico, algo en sí mismo positivo, no soluciona la problemática compleja de la promoción del hombre… (n. 23).
 
La dignidad de la persona y las exigencias de la justicia requieren, sobre todo hoy, que las opciones económicas no hagan aumentar de manera excesiva y moralmente inaceptable las desigualdades…(n. 32).

Por eso, los cristianos estamos invitados a redescubrir los grandes científicos y técnicos católicos que han aportado importantes mejoras
en el progreso de los pueblos; y estamos llamados también a evangelizar la ciencia y la técnica  de nuestro mundo.

Este artículo se publicó originalmente en la edición nº134 de Mater Purissima (octubre 2009)

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