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Platos agujereados

La aparición del centro para niños desnutridos de la parroquia de Santa Teresa de Kamina, al sur de la República Democrática del Congo, se remonta a la época de nuestro antiguo párroco, el padre Michel Praét, que falleció en Bélgica en diciembre del 2005.

El padre Michel solía visitar el Hospital General y allí empezó a ver casos de niños que morían de hambre, cosa nada infrecuente en el Congo, que se encuentra entre los quince países del mundo con mayores tasas de malnutrición crónica infantil. Se decidió a buscar una solución y la encontró: crear un centro al que los niños pudieran ir a comer alimentos que les ayudaran a salir de su estado y evitar así una muerte prematura.

La mayoría de ellos son huérfanos y están recogidos, o por sus abuelos o por alguna persona que los acoge como puede. Con el fin de prevenir situaciones de desnutrición, un enfermero examina a los pequeños que después se clasifican en tres categorías distintas, dependiendo del grado de afección de la enfermedad. Cuando el padre Michel murió, la parroquia dejó de recibir las ayudas con las que antes contaba.

El nuevo párroco, el Abbé Augustin Amisi, informó a todos los fieles del actual estado de los niños sin esas donaciones. Debían de continuar colaborando. Y así fue. Los 16 distintos barrios empezaron a ofrecer soja y harina para los niños. Pero esos alimentos no bastaban para evitar el hambre de todos los niños que se presentaban cada día en el centro.

Por eso, el párroco vino a vernos y nos expuso el caso. ¿Qué podemos hacer?, nos preguntamos. Y, casi en el mismo momento, las hermanas recibimos dos donativos diferentes: uno de Mallorca y otro de Tenerife. Los dos iban destinados a niños huérfanos y para comprar alimentos. Vimos ahí el misterio del amor de Dios, que no deja a sus hijos, los más pequeños. Y nos dijimos: ¡ésta es la ocasión!

Al cabo de unos meses, las cosas empezaron a organizarse. En octubre del año pasado, el secretario de la parroquia, el Abbé Guillaume, nos dio el primer informe de los gastos y necesidades que se calculaban para los cuarenta niños que asistían al centro, con los mismos productos que compraba el padre Michel.

Al mes siguiente, dos de nuestras postulantes, Martine y Micheline, empezaron a encargarse de la gestión y de la visita a los niños para seguir su evolución. El día de Navidad, el párroco quiso organizar una pequeña fiesta para los niños. Ese día fue muy especial. Se respiraba un auténtico ambiente de fiesta.

En el mes de febrero, vimos la necesidad de recomenzar con el sistema del padre Michel y clasificar a los niños de nuevo por categorías, a fin de seguir mejor su evolución: hay doce niños en la primera categoría, con un grado mayor de malnutrición; catorce en la segunda; y veinte en la tercera.

Además, se necesitaba comprar algo de vajilla para cada niño, pues algunos venían con platos agujereados y sin cuchara. Aunque es peor el caso de los que no tienen ni fuerza para comerse lo que se les presenta y lo dejan.

Con el objetivo de ejercer un mayor control sobre todos los niños, decidimos tener un contacto total con los responsables de esos niños y darles algunos consejos, sobre todo de higiene. Hemos creado una ficha a cada niño con sus datos y con los de su responsable para poder supervisar la asistencia y saber cómo contactar con ellos.

Poco a poco, nuestra parroquia se irá organizando para poder hacerse cargo del centro. Tenemos mucha esperanza en ello, porque notamos que hay un gran deseo de colaborar en estas obras a favor de los pequeños.

Os contamos esta experiencia de nuestra comunidad y, en nombre de los pequeños, os damos un «gracias» enorme a todos los que nos habéis ayudado, pues es algo que nos supera y que nunca hubiéramos podido hacer solas. 

Este reportaje de Elisa Anglés, rp, se publicó originalmente en la edición nº127 de Mater Purissima (junio 2007)

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