Claudia Escobar: Tres experiencias significativas para construir la paz

Y con el paso del tiempo las palabras van adquiriendo nuevos matices, más relevancia y por qué no urgencia de pasar del pasivo al gerundio y del gerundio a la existencia sustantiva que se pueda personalizar en vidas concretas. Mi nombre es Claudia y hace dos años vivo en Cumaná, en el oriente de Venezuela. Soy religiosa de la Pureza de María y trabajo en un colegio de Fe y Alegría.

El encuentro con las personas que hacen vida en esta ciudad con las que me encuentro cada día me está permitiendo descubrir caminos nuevos de vida y de construcción del presente que asegura un futuro mejor.

Sin embargo, cada vez que me acerco a un aula de clase y me dispongo a compartir la formación humano cristiana con los estudiantes de 13 a 18 años soy consciente que más de la mitad de las palabras que abordamos están en construcción, están en proceso, es decir muchos de esos adolescentes y jóvenes aún no saben por experiencia propia en qué consisten palabras como paz, justicia, equidad entre otras.

Podría decir que su aprendizaje es por contraste, saben muy bien en qué consiste todo lo contrario, es por eso que hablar de educar para la paz es hablar de un camino en construcción dónde la variable equipo es indispensable. 

Educar para la paz es un regalo que podemos darle a nuestros jóvenes, a nuestros hijos y hermanos y por supuesto a nosotros mismos. Sí, esto lo sabemos pero ¿en qué consiste? ¿de qué se trata? Te propongo tres experiencias significativas que disponen a la persona a participar activamente en este proceso de construcción de la paz.

La educación para la paz, que en definitiva es la educación para la vida, pasa por el reconocimiento de la propia fragilidad, sólo desde ahí se pueden levantar los edificios más sólidos y duraderos. Sin confundir fragilidad con fracaso o frustración necesariamente. La fragilidad es la puerta de la propia grandeza y por qué no, de la propia belleza. Frágil cuando las fuerzas no dan más y encuentras a alguien que te tiende una mano; frágil cuando te has excedido en el hablar y quieres echar marcha atrás porque no has acertado en el diseño de las palabras y encuentras comprensión, perdón y posibilidad de empezar de nuevo en el otro; fragilidad cuando te das cuenta que ante la enfermedad crónica de la persona que amas, aunque te resistas, aunque puedas estabilizarla y aparentemente frenar su curso, solo puedes desde el amor en forma de compañía, de presencia, de aceptación y de fe redimensionar y dar sentido; fragilidad… seguramente mientras lees estas líneas ya has puesto nombre a otras muchas situaciones que encarnan la fragilidad personal y  de los demás. Reconocer las situaciones que te llevan a desear algo diferente, te crean resistencias, conflictos internos que solamente con la aceptación puedes encontrar una vía de respiro. El aceptar, no el resignarte, sino el aceptar que por ahora es así y no puedes cambiarlo te permite situarte en la vida de otra manera, la aceptación conlleva en sus entrañas la paz.

El reconocimiento de la propia fragilidad es un proceso de vida que abre las puertas al sentido y a la belleza, porque solo desde ahí se descubren espacios de vida que la autosuficiencia, las pretensiones y la perfección sostenida desde el orgullo y la soberbia esconden y nublan. ¿Belleza? ¿Paz? Sí, la belleza de sentirse amado y aceptado, la belleza de sentirse perdonado y abrazado no por lo mucho que has hecho, sino por quién eres; y no solo desde la cima más alta de la montaña sino desde la llaneza del error, de la pequeñez o del no haberlo conseguido, esta experiencia te permite conocer la paz interior.  El reconocer los propios límites y las grandes pretensiones te sumerge en tu verdad, es ahí donde el abrazar la fragilidad te sitúa en el punto más bajo, pero más firme, desde donde puedes empezar, levantarte, continuar, caminar y levantarte.

 

Antes he dicho que doy clase a jóvenes y a adolescentes, ¿es posible hablarles de estos temas? Sí, son ellos los que viven en primera persona esta realidad, el desear tener una familia unida, poder leer noticias donde el 80% no sean conflictos y amenazas. Ellos saben que la historia que están escribiendo hoy podría ser diferente, pero es la que es, es la que están recibiendo y a ellos les toca buscar estrategias nuevas de construcción si de verdad quieren algo diferente.

Utopía o realidad, no sé que diría Santo Tomás Moro de este escrito,  lo que sí sé es que la vida es mucho más de lo que palpamos, pero necesitamos palpar, reconocer la verdad y abrazarla para poder aspirar a algo mejor. Desde las estancias del no ser no se puede construir algo verdadero.

Por tanto, educar para la paz es iniciar en el reconocimiento y acogida de la propia verdad.

Claudia Escobar, rp, es licenciada en Ciencias Religiosas

 

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