Carmen Polo: el reto de ir más allá de lo material

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Foto: Jamie Fenn de Unsplash

Es habitual en las aulas de nuestros propios colegios que alumnos expresen sus dudas sobre la compatibilidad de creer en Dios y en la ciencia. Para muchos, lo único que hay es la dimensión material: todo puede ser explicado (y solucionado) científicamente. Y ahí acaba todo. En este esquema, hablar de espiritualidad y de religión parece algo superfluo, innecesario.

En cambio, la sed de sentido, decidir qué dirección quieres dar a tu vida, qué buscas en ella y en tu relación con los demás, estas preguntas básicas, hoy y hace miles de años, continúan ahí: querer reducirlo todo a una dimensión material, física, no las tapa: siguen estando ahí y la mayoría seguimos buscando respuestas. Y es ahí donde el mensaje de Jesús y los relatos de la Biblia cobran plena vigencia, también hoy, en una sociedad ‘líquida’ y tecnológica.

Las dudas, temores, alegrías o decepciones; la tristeza, la alegría, la sed de venganza, el poder y cómo lo ejercemos, la búsqueda de la felicidad, cómo respondemos al diferente o a las afrentas de los lejanos… y de los más cercanos.  Sentimientos, emociones y valores que perseguimos o nos asaltan en multitud de situaciones de nuestra vida diaria  aparecen como trasfondo de tantas y tantas historias del Antiguo y del Nuevo Testamento… Dios, ahí, nos inspira un camino. Sí, nos continúa hablando.

Sabemos ahora que los escritores de las Sagradas Escrituras fueron muchos, de épocas y formación diferente, que usaron idiomas distintos, también que existieron relatos orales que luego se convirtieron en escritos. Eso es bueno saberlo y no pone en duda nuestra fe asumir que la Biblia no es ni un tratado científico ni un libro de historia. Decía recientemente el Papa Francisco en la asamblea plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias que «el mundo de la ciencia, que en el pasado asumió posiciones de autonomía y autosuficiencia, con actitudes de desconfianza hacia los valores espirituales y religiosos, hoy parece haberse vuelto más consciente de la realidad cada vez más compleja del mundo y del ser humano». Añadía que «es cierto que la ciencia y la tecnología afectan a la sociedad; pero también los pueblos, con sus valores y costumbres influyen en la ciencia».

Los retos a afrontar son comunes, explica, citando como ejemplo la «inmensa crisis» del cambio climático y la necesidad de proseguir con el desarme nuclear. Aquí, el pretendido conflicto entre ciencia y fe no es tal, y si lo hay, adquiere una dimensión moral y ética: ¿un progreso científico que no lleve al bien común lo es realmente?

Ciencia y religión no son caminos excluyentes, sino complementarios. Cuanto más avances en cada uno de ellos, mejor entenderás cómo funciona el mundo; profundizarás en la verdad y sus diferentes dimensiones.  En este sentido, interpretar los textos bíblicos de manera literal aparece como grave error de los fundamentalistas, pero también aparece, cada vez con mayor frecuencia, entre quienes abominan de la religión. Interpretan el texto con una literalidad que no vive una inmensa mayoría de creyentes. Ya decía el siglo pasado el sacerdote y físico Georges Lemaître, padre del  ‘Big Bang’, que «no se puede reducir a Dios a una hipótesis científica […] Si Dios permanece escondido no es porque no exista, sino porque no se identifica con el mundo y respeta nuestra libertad».

El mensaje de Jesús está lleno de abundantes aspectos que  hoy aparecen como contraculturales: amar al enemigo, su sentido de acogida, con especial preferencia por los marginados, un amor y entrega total a los demás. Dios está también en el prójimo y su reino sigue en construcción.

CARMEN POLO, rp, es doctora en Ciencias Químicas y diplomada en CC. Religiosas

Fotografía de Carmen Polo, rp
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