Aprendemos con emoción

Hace unos años, en 2006, en la Universidad de Londres se realizó un estudio comparativo con un grupo de taxistas y de conductores de autobuses de esa ciudad. Se pretendía estudiar la estructura cerebral de ambos grupos elegidos por ser profesionales de la conducción en las calles de una ciudad grande y compleja. La diferencia entre los dos grupos era que los chóferes de buses no tenían que memorizar más de una ruta, mientras que los taxistas necesitaban memorizar el complejo mapa de la ciudad londinense. Lo que ambos tenían en común era el estrés que supone conducir tantas horas por una ciudad muy traficada y de intrincado trazado.

El principal descubrimiento fue las grandes diferencias de volumen de la materia gris que se encontraron en el hipocampo de los taxistas con respecto al de los conductores de autobuses, asociado al desarrollo de la memoria que hacen del callejero londinense. Nuestras neuroconexiones no son todas iguales y nuestro cerebro es plástico, cambia su estructura con la práctica de lo que hacemos. Este estudio se repitió con violinistas y con malabaristas dando siempre los mismos resultados y confirmando la plasticidad cerebral: las neuroconexiones que se crean cuando practicamos una actividad son reversibles, desaparecen cuando pasamos tres meses sin practicarla.

Tenemos unas 100.000 millones de neuronas y cada una es capaz de establecer hasta 10.000 conexiones distintas. Pero la neurociencia nos dice que nuestro cerebro solo aprende cuando hay emoción o motivación. Pero las personas se automotivan, no podemos motivarlas. Sin embargo, lo que sí podemos es enseñarles con emoción, comunicarnos con emoción. Y esto nunca deja indiferente. Aquí surge el primer reto para padres y educadores, ¿cómo nos emociona lo que transmitimos? Si doy clases de matemáticas pero no me apasiona enseñar esta ciencia, difícilmente a mis alumnos les gustarán los números. Si quiero que mis hijos no se enganchen al móvil, pero a mí me ven continuamente con el dispositivo, será casi imposible que ellos no hagan lo mismo.  La emoción se contagia por medio de las neuronas espejo. 

[pullquote]Nuestro cerebro es plástico, cambia su estructura según lo que aprendemos[/pullquote]

Traslademos esto mismo al campo de la fe. Talleres de oración en el colegio, eucaristías, oración de la mañana, pero ¿están asociadas a experiencias cercanas a los niños, nosotros las vivimos convencidos? ¿En casa ellos ven a sus padres emocionados por Jesús y su Evangelio? Jesús dice: «Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio» (Juan 15:27). Vivir con Jesús era el mejor modo de cristificarse sus discípulos. También hoy.

Una mujer estaba buscando afanosamente algo alrededor de un farol. Entonces un transeúnte pasó junto a ella y se detuvo a contemplarla. No pudo por menos que preguntar: – Buena mujer, ¿qué se te ha perdido?, ¿qué buscas? Sin poder dejar de gemir, la mujer, con la voz entrecortada por los sollozos, pudo responder a duras penas: -Busco una aguja que he perdido en mi casa, pero como allí no hay luz, he venido a buscarla junto a este farol.

A veces pretendemos imposibles como el de la búsqueda de la mujer. Que nuestros hijos sean de un modo para los cuales no tienen referentes emocionados. Que no sea un borracho, pero ve pasarse en la bebida a su padre con demasiada frecuencia. «No olvidemos que las pequeñas emociones son los grandes capitanes de nuestras vidas y las obedecemos sin darnos cuenta». (Vincent Van Gogh)


Xiskya Valladares. Doctora en Comunicación. Licenciada en Filología Hispánica y Másteres en Periodismo y Dirección de Centros Educativos

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