«Sin las tradiciones culturales y religiosas, las propuestas de cambio de modelo de desarrollo están condenadas al fracaso»

Imagen de Agustín Domingo Moratalla en el Congrés d'Evangelització 'Educam' en el colegio Madre Alberta (Palma)

 

Agustín Domingo Moratalla, catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valencia, ponente en la última edición del Congreso para la Evangelización en Mallorca y ex vicesecretario general de Justicia y Paz en España. En su opinión, «los problemas ecológicos son el resultado de un determinado modelo de desarrollo basado en un crecimiento desmedido y depredador» y la encílica Laudatio Si’, una llamada a una ecología integral, que «nos invita a repensar y replantear nuestra relación con la tierra (naturaleza natural),  con los hermanos (naturaleza fraternal), y con el fondo más auténtico y original de nuestro corazón (naturaleza interior)».

-¿La sensibilidad ecológica es básica para vivir una espiritualidad profunda hoy día? ¿Qué aporta esta mirada al creyente?
Todo depende de cómo entendamos la sensibilidad ecológica. La encíclica Laudato Si’ de Francisco nos da muchas pistas para ello y es una llamada para discernir entre una sensibilidad ecológica sincera y aquella es no lo es. Incluso plantea tres tipos de ecología o sensibilidad ecológica. Por un lado una ecología “superficial”, por otro una ecología “profunda” y su propuesta: una “ecología integral”. La primera responde a una cultura individualista y utilitaria donde lo ecológico es una moda, como si consistiera en poner todo de verde y consumir con voracidad productos verdes. La segunda responde a una cultura biocéntrica donde el hombre es la especie más peligrosa de todo el planeta, como si fuera una más entre las especies.

La ecología integral es una invitación al discernimiento para trabajar por la justicia y cuidar la tierra, en todas sus dimensiones.

 

-¿Por qué suponen un problema moral nuestras crisis y problemas ecológicos?
Suponen un problema moral porque apelan a nuestra responsabilidad, porque nos interpelan. Las crisis y los problemas ecológicos son problemas provocados por todos y cada uno de nosotros. La desertización, la contaminación y todos los problemas ecológicos son el resultado de un determinado modelo de desarrollo basado en un crecimiento desmedido y depredador.

 

La Biblia habla de que el hombre ha de dominar la tierra. ¿Es una visión correcta de las Sagradas Escrituras, que justifica el abuso de los recursos naturales?
En la Biblia hay una apelación explícita a la responsabilidad. El dominio del que se nos habla tiene que ver con el “cuidado responsable”. Hay interpretaciones depredadoras e injustas que plantean la el dominio como dominación instrumental de todos los bienes de la tierra, como si los campos, las cosechas y las especies no tuvieran un ritmo propio que debiéramos cuidar. Una hermenéutica correcta de las Escrituras es aquella que interpela a la responsabilidad del ser humano como custodio de la Creación, es decir, como aquella especie encargada de rendir cuentas de aquellos bienes que le han sido legados para su cuidado.

 

-¿La preocupación por el respeto al medio ambiente implica abandonar en la teología la visión antropocéntica del mundo, del hombre como centro de todo en la creación?
La crisis ecológica no se puede entender sin la crisis del humanismo moderno, es decir, sin la revisión de los planteamientos antropocéntricos de la modernidad. Hoy estamos viviendo una revisión de la modernidad donde nos preguntamos por el lugar adecuado y responsable que le compete al ser humano. Hay muchos tipos de humanismo y desde las mejores tradiciones de teología contemporánea hablamos de una “antropología teónoma”. Es decir, una antropología a la altura de los tiempos exige pensar una humanidad abierta a la trascendencia y una trascendencia en diálogo con los humanismo. Hay que pensar al ser humano como “centro des-centrado”, es decir, como centro de la creación pero consciente de que está abierto al otro, a lo Otro, a las futuras generaciones, o al Tú Absoluto de la teología.

-La preocupación ecológica desde un ámbito cristiano, ¿supone también una vuelta a los orígenes en la expresión del sentimiento religioso? La naturaleza poderosa, incomprendida y divinizada…
Hay que replantear el diálogo con la naturaleza, la encíclica Laudato Si nos invita a repensar y replantear nuestra relación con la tierra (naturaleza natural),  con los hermanos (naturaleza fraternal), y con el fondo más auténtico y original de nuestro corazón (naturaleza interior).

-¿El cristianismo es una religión antiecológica, como han expresado algunos críticos?
El cristianismo no es una religión antiecológica. Si lo ecológico se reduce a moda verde y consuno de productos sostenibles en una cultura unidimensional y depredadora, entonces el cristianismo es antiecológico. Si lo ecológico se reduce a la anulación del valor intrínseco del ser humano y su dignidad, como si una mosca o un lagarto tuvieran la misma dignidad que un niño, entonces también es antiecológico. Por el contrario, si la ecología se plantea como cuidado de la casa común, como corresponsabilidad por la creación y como lucha por la justicia para hacer habitable la casa común, entonces sí es ecológico.

 

-La profundización en una teología ecológica (o ecoteología), ¿facilita o dificulta el diálogo con la ciencia?
La buena teología de hoy se construye en diálogo con las ciencias. Falta saber si las ciencias se construyen hoy dialogando con la teología. La teología contemporánea ha hecho un esfuerzo de diálogo con las tradiciones científicas que no siempre han hecho los investigadores científicos para dialogar con la teología. Resulta vergonzoso oír a ciertos científicos hablar de teología, sin capacidad para distinguir entre espiritualidad, religiosidad o confesionalidad. El cuidado de la naturaleza y los problemas del cambio climático son una ocasión privilegiada para trabajar por un diálogo inter y transdisciplinar sincero. Los problemas ecológicos son de tal magnitud, gravedad y envergadura que ni la economía ni la política tienen la última palabra. Sin las tradiciones culturales y religiosas las propuestas de cambio de modelo de desarrollo estarán condenadas al fracaso.  

 

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