«Estamos llamados a ser custodios de la creación, no sus expoliadores»

Fotografía de Patxi Álvarez, secretario para la Justicia Social y la Ecología de la Compañía de Jesús

Patxi Álvarez asume desde 2011 el Secretariado para la Justicia Social y la Ecología de la Compañía de Jesús. Señala que una profundización en una teología ecológica «debe facilitar el diálogo con la ciencia», aunque la sensibilidad ecológica siempre ha sido básica en la espiritualidad, percibiendo «la naturaleza como lugar de encuentro con Dios». La relación entre el hombre y su entorno es un problema moral, «porque somos los seres humanos, quienes estamos generando hoy ese daño sobre la vida y el medioambiente».

-¿La sensibilidad ecológica es básica para vivir una espiritualidad profunda hoy día? ¿Qué aporta esta mirada al creyente?
La persona creyente ve la creación como un don lleno de belleza, que transmite la bondad de Dios y el cuidado tan delicado que tiene por nosotros. La sensibilidad ecológica siempre ha sido básica en la espiritualidad, pues la naturaleza es percibida por quien cree como un lugar de encuentro con Dios. Al admirarla, surge un sentimiento de alabanza hacia Dios. Como dice la Encíclica del Papa Francesco: “Alabado seas”, es decir, “Laudato Sì’”. Hoy esta actitud es aún más apremiante, porque solo agradeciendo el don de la creación podremos también quererla y cuidarla.

-¿Por qué suponen un problema moral nuestras crisis y problemas ecológicos?
Porque somos nosotros, los seres humanos, quienes estamos generando hoy ese daño sobre la vida y el medioambiente. Somos responsables, por tanto. Pero también podemos proteger la naturaleza, ayudar a su desarrollo, como tantas personas y comunidades están ya haciendo. De nosotros depende, de ahí que necesariamente tengamos una responsabilidad, no podemos eludirla. Además, en las últimas décadas ha aumentado nuestro conocimiento sobre las consecuencias que nuestras acciones ejercen sobre el medioambiente. Saber más conduce también a mayor responsabilidad. No es extraño por tanto que la Encíclica diga que nuestro pecado también se manifiesta en la devastación producida sobre la naturaleza (n. 66).

-La Biblia habla de que el hombre ha de dominar la tierra. ¿Es una visión correcta de las Sagradas Escrituras, que justifica el abuso de los recursos naturales?
El Santo Padre dedica el número 68 de Laudato Sì’ a esta cuestión. En él nos recuerda que “dominar” la tierra, no significa disponer de ella a placer, sino que hay que entender la expresión en la línea de “labrar y cuidar”, es decir, cultivarla y preservarla, cuidarla, vigilarla. La tierra es de Dios, no es nuestra, de ahí que debamos respetar sus leyes y sus delicados equilibrios. Nunca como hoy hemos sido tan conscientes de la urgencia de esta actitud. Estamos llamados a ser custodios de la creación, no sus expoliadores.

-En la visión jesuita de la ecología, se entremezcla el concepto de justicia social con el cuidado al medio ambiente. ¿Pero, se halla el medio ambiente entre las principales preocupaciones de los pobres? Como ejemplo, se prevé que el mayor aumento en la generación de residuos (informe ‘What a waste’ del Banco Mundial) hasta 2025 vendrá de países en vías de desarrollo. También ocurre lo mismo con la emisión de gases de efecto invernadero. ¿Es una contradicción?
Es difícil hablar de modo general sobre los pobres, dado el número tan alto de ellos que existe. Cada uno reúne una historia personal. Se puede afirmar que las comunidades pobres cuya subsistencia depende directamente de los recursos naturales, vienen cuidando de su entorno desde hace centenares de años, alcanzando con él un equilibrio. Solo preservando su entorno natural pueden sobrevivir. De ahí que el primer ecologismo sea el que se ha dado en llamar el “ecologismo de los pobres”. Ellos se cuentan entre los primeros defensores de la naturaleza.

Además, los pobres, que son consumidores frugales, no generan ni los residuos, ni la huella ecológica de los pudientes, que utilizan muchos más recursos. Es el consumismo desmedido de muchos el que hoy encabeza la destrucción de nuestro entorno.

Si hablamos de países, la discusión se torna más compleja. Es cierto que China es actualmente el mayor emisor neto de gases de efecto invernadero, pero hablamos de más de 1.300 millones de personas. La emisión de gases por persona en ese país no es la más elevada. Estados Unidos, Canadá, Australia y la Unión Europea lo superan largamente, también España.

En todo caso, son los países más industrializados quienes en los últimos doscientos años han contribuido en mayor medida al calentamiento climático. Los países más pobres no lo han hecho, ni lo hacen tampoco ahora. Por desgracia, sufrirán sus consecuencias y de un modo más grave, pues su capacidad para adaptarse es mucho menor.

-¿La preocupación por el respeto al medio ambiente implica abandonar en la teología la visión antropocéntrica del mundo, del hombre como centro de todo en la creación?
En la comprensión cristiana de la vida siempre se produce un vuelco en los valores, a veces difícil de comprender o de aceptar: los pequeños son el objeto del cuidado de Dios, los pobres bienaventurados, quienquiera ser el primero debe hacerse el último… El ser humano es una joya, todo ser humano lo es, como resultado de una evolución maravillosa que en nosotros ha hecho de la naturaleza conciencia de sí misma. Las personas creyentes creemos que esta evolución es obra amorosa de Dios y que nosotros somos especialmente bendecidos por él, creados a su imagen y semejanza. Pero esto, en el vuelco de valores cristiano del que hablamos conduce a cuidar, custodiar y cultivar, a admirar y apreciar la vida. No nos da derecho a abusar de ella y explotarla irresponsablemente.  

-La preocupación ecológica desde un ámbito cristiano, ¿supone también una vuelta a los orígenes en la expresión del sentimiento religioso? La naturaleza poderosa, incomprendida y divinizada…
Cuando la Encíclica habla de estas cuestiones, se dirige hacia los místicos. Ellos aprecian que entre todos los seres y Dios existe una conexión íntima. Todo remite a Dios. Las realidades nos hablan de Dios. S. Ignacio dice en sus ejercicios espirituales que “Dios habita en las criaturas, en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender”. Las cosas tienen su autonomía, no son Dios, pero portan consigo una trascendencia que procede de su origen y sustento divino. En ellas podemos alabar y bendecir a Dios.

-¿El cristianismo es una religión antiecológica, como han expresado algunos críticos?
No, está muy lejos de ello. Ahí tenemos el ejemplo de S. Francisco de Asís para mostrarlo, que es un Santo radicalmente cristiano y que, profundizando en esa identidad, se siente hermano de todas las realidades. Sin embargo, es cierto que los cristianos también somos culpables de haber explotado sin medida la naturaleza. La civilización occidental, de raíces cristianas, puso en marcha la revolución industrial que está generando desarrollo, pero también devastando el planeta. La comunidad cristiana necesita atravesar un proceso de conversión, que nos permita establecer una relación armoniosa con la naturaleza. En realidad, el cristianismo llama a la sobriedad y a la solidaridad, a una austeridad compartida, en la que los lugares de gozo humano se encuentren en la amistad, la generosidad, el servicio, la oración, la contemplación de la naturaleza, el cuidado mutuo…

-La profundización en una teología ecológica (o ecoteología), ¿facilita o dificulta el diálogo con la ciencia?
Debe facilitar el diálogo con la ciencia. La ciencia y la religión proporcionan acercamientos diversos a la realidad. Esa diversidad, cuando entra en diálogo, puede aportar nuevas síntesis y frutos. La teología ecológica se apoya sobre las descripciones de la realidad que suministran las ciencias. A partir de ahí desarrolla un discurso sobre Dios. Profundizando en la realidad elabora una palabra sobre Dios que puede ser relevante para los seres humanos de hoy. Y ahondando en la realidad de Dios, ayuda a adoptar una actitud correcta ante la creación.

Es curioso, pero la ecoteología da relevancia a lo que la ciencia nos dice sobre lo que le está pasando a nuestro planeta. Por su parte, los científicos cada día son más conscientes que la protección del planeta precisa de un cambio en los valores, para el que las religiones están especialmente preparadas. Se abre aquí un campo de fecundación mutua.

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