La vida es catálisis

Imagen de la película Boyhood

Que la última película del siempre interesante cineasta tejano Richard Linklater es una suerte de experimento que surge de un rodaje a lo largo de 12 años suena ya a descarado y gastado reclamo comercial. No resulta ni siquiera demasiado reivindicable en el fondo, pues François Truffaut ya hizo algo parecido con Las aventuras de Antoine Doinel grabando a su alter ego Jean-Pierre Léaud en un trayecto vital de casi 20 años que arrancaba en la infancia de Los 400 golpes (1959) hasta el divorcio y la decadencia amorosa de El amor en fuga (1978). Boyhood es, no obstante, una excelente película por muchas otras cuestiones injustamente acalladas, especialmente por su reflexión acerca del paso del tiempo –estilema autoral inequívoco de Linklater−, envite de una modernidad abrumadora. Ya apuntaba el teórico Roland Barthes que en todo relato existen estancias de descanso, lujos, instantes aparentemente irrelevantes que son sin embargo cardinales en la construcción del discurso. De esto sabía mucho Antonioni. ¿Qué es nuestra vida, nuestro día a día, si no una sucesión caprichosa de momentos que carecerían de interés por ser registrados? Boyhood es, por ello, una obra valiente e inteligente, tanto por lo que muestra como, particularmente, por aquello que decide dejarse por el camino de la vida (filmada).

Título: Boyhood. Director y guión: Richard Linklater. Intérpretes: Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Ethan Hawk. Duración: 165 minutos. Año: 2014. Género: Drama

Autor: Iván Bort es profesor del CESAG y Doctor Europeo en Ciencias de la Comunicación. Artículo publicado en la edición número 151 de Mater Purissima.

 

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