La clave: dar sentido y sabor a lo que vivo

No somos perfectos. Por más que nuestra sociedad insista en exigirnos resultados, éxito. Todos nos equivocamos. Más o menos conscientes, con más o menos frecuencia, con mayor o menor trauma, pero cometemos errores. Y no nos los consentimos. Lo vivimos como una frustración o un fracaso, a veces incluso como una tragedia. Y está claro que no nos gusta hacer las cosas mal y que no nos equivocamos voluntariamente. Pero sólo recriminamos, incluso a nosotros mismos. Al final acabamos valorando a las personas más por lo que hacen que por lo que son. Y no se trata de crear mediocres o conformistas. Pero sí de dar sentido y sabor a todo lo que vivimos. De aquí nuevamente la importancia de la autoestima y del perdón, tan fundamentales para permitir con serenidad el error en nuestra vida y vivirlo como oportunidad de crecimiento personal o aprendizaje. Me gusta mucho lo que dice Begoña Carbelo al respecto: que hay que incorporar el error en nuestra realidad sin miedo. El fracaso requiere renombrar lo que esperábamos cuando no sale bien. Reconducir y mejorar, cambiar el punto de vista.

Todo esto es más fácil cuando lo vivimos como una experiencia continua de misericordia y crecimiento. Dios no recrimina, da un nuevo sentido al error. La fe ayuda. Es lo que descubrieron muchos científicos convertidos desde el ateísmo más duro. Algunos como Louis Pasteur, Max Born, Jerome Lejeune, Ernst Boris Chain, etc. Porque lejos de la moda de nuestra cultura, la fe y la ciencia no son incompatibles. Es más, son perfectamente complementarias. Aunque es evidente que en la actualidad el número de científicos agnósticos o ateos es superior al de creyentes. Quizás esto se deba más, como opina Francisco Javier Novo, a la imagen de Dios que tenemos o que transmitimos, que en la mayoría sigue siendo ese ser que da explicación a lo que la ciencia no llega. Como si llegados al momento en que la ciencia lo explicara todo, ya no necesitáramos más de Dios. Cuando realmente lo que hace la ciencia es dar razón de cómo ocurren las cosas, mientras que la fe da sentido y sabor a esas cosas, a lo que vivimos, sentimos y experimentamos.[pullquote]El error puede ser una oportunidad de conversión y crecimiento[/pullquote]

Lamentablemente todavía hay muchos cristianos adultos que pierden la fe cuando descubren que los textos bíblicos no pueden leerse de manera literal porque la Biblia no es un libro de historia, ni siquiera de filosofía ni de metafísica. Como dice Jaime Vázquez en su columna, una lectura literal de los textos bíblicos impide descubrir el sentido y significado original de los mismos, porque no fueron escritos con un objetivo científico y además les falta el contexto en que fueron creados.

Todo esto es mucho más fácil aprenderlo, reflexionarlo y estudiarlo en la escuela en una comunicación e interacción grupal. Es lo que hoy se conoce como aprendizaje cooperativo. Otra asignatura pendiente en muchos de nuestros entornos. El trabajo en grupo enriquece la reflexión y favorece el aprendizaje significativo. Pero requiere cambios importantes en el aula y sobre todo en la mentalidad del profesor, quien pasa a ser más el guía o el facilitador de los alumnos protagonistas.

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