Libres de creer o no

Benedicto ya no está en Madrid: vino, evangelizó y se marchó. Los Papas es lo que tienen, que dejan su sello. Juan Pablo II era un icono que arrasó España con su carisma. Albino Luciani no tuvo tiempo de demostrar nada. Murió sonriendo.

El Papa alemán intenta ganarse el báculo que le dejó el polaco Wojtyla que a su vez lo heredó de un italiano, que es lo suyo en el Vaticano. En Madrid se rodeó este verano de jóvenes de todo el mundo. Jóvenes que, que se sepa, ni hicieron botellón ni se fueron de ‘rave’ ni copularon bajo la luna. ¡Qué jóvenes más raros!

El Papa los quería a su lado para re-evangelizar una sociedad en la que los católicos de bautismo son mayoría pero que prefieren un Barça-Madrid antes que ir a misa. Este país está de capa caída en afiliaciones al catolicismo. Ratzinger venía a sembrar y encontró tempestades.

Benedicto no contaba, o sí, con una turba atea. La llegada del Papa puso a la religión católica y a Dios en boca de todos. Claro, que no sé si los madrileños recuerdan más la jovialidad de la JMJ o la entrada en escena, a golpe de agresión verbal en la Puerta del Sol, de quienes no creen en nada más allá de las fronteras del encefalograma plano. Doblegar a las antípodas; no aprenderán que eso ya lo hizo la Iglesia y que todavía la escupen por ello. Uno es libre de no creer en Dios; pero no más que los que sí creen en él. Así que haya paz.

España bordea un tsunami. Los jóvenes que buscan trabajo no lo hallan; los mayores, lo pierden; los bancos sin dinero; bufidos en la calle… En este plan, tener fe es un milagro.

Ratzinger, ya está en Roma. Los ateos españoles en sus casas. Y Dios en la de todos (si es que existe, claro).

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