¿Entender al otro o tener razón?

Las huellas dactilares, el timbre de la voz, el ADN… Está claro. No somos iguales. Basta con abrir bien los ojos: la diversidad humana forma parte de esa naturaleza tan variada que nos rodea. Dicen que en el Polo Norte hay mil tonos de blanco y en el Amazona mil tonos de verde.

Serán mil o quinientos, lo bonito de los colores es que ninguno se parece a otro y cada uno aporta al conjunto ese tono que los demás no pueden dar. Sin embargo, a veces nos cegamos y vemos la vida en blanco y negro. Es cuando el otro, el diferente, se convierte en una amenaza o una molestia que me impide algo.

Jamás lo reconocemos así de claro y duro. Pero en el fondo sabemos que es verdad. Puede que, incluso al leerlo, vengan a nuestra mente nombres de personas o de grupos culturales que nos eliminan esa riqueza del color.

Sin embargo, aquel que para mí es un fastidio, para otro en las mismas circunstancias es una alegría o una paz. No debe ser muy objetivo por tanto. Puede que el problema no sean las desavenencias, sino la visión o la aceptación. “La diferencia entre paisaje y paisaje es poca, pero hay una gran diferencia entre los que lo miran” (Ralph W. Emerson).

Convivir con el otro, con el que no siente ni piensa como yo, requiere ponerme en su piel, caminar unos cuantos metros con sus zapatos. Esto significa ver desde sus ojos, leer desde su historia, entender lo que dice/hace y por qué lo dice/hace, reconocerlo y aceptarlo tal como es. No significa estar de acuerdo o aprobarlo.

A veces nos cegamos y vemos la vida en blanco y negro. Es cuando el otro, el diferente, se convierte en una amenaza o una molestia que me impide algo

 

Las diferencias no pueden ser tan negativas para la convivencia, mientras haya amor. Pero resultan nefastas cuando provienen de la inseguridad o de la falsa creencia de que, para amarnos los unos a los otros, debemos estar de acuerdo o ser iguales. No es cierto. Para amarte debo aceptarte tal y como eres: diferente. Es lo único que debo hacer.

El conflicto no se superará mientras la experiencia de dos no sea respetada. La cuestión no es nunca el acuerdo (la uniformidad), aunque lo parezca. La cuestión es si somos capaces de respetar mutuamente nuestra experiencia. En definitiva, si somos capaces de aceptarnos, de verdad, diferentes.

Sólo cuando sentimos que la otra persona nos acepta tal y como somos, tenemos la motivación para adaptarnos el uno al otro. Adaptarse es hacerle al otro un lugar junto a nosotros; no es imponerse ni que se nos impongan.

Frente a los opuestos tenemos dos opciones: resistirlos o abrazarlos. Si los resistimos, provocaremos un distanciamiento mayor entre el yo y el otro. Si los aceptamos, los integraremos como agentes dinámicos y originaremos el milagro de la transformación interior del yo.

“Un mundo que pretende conseguir un acuerdo, encontrará conflicto y sectarismo. Un mundo que proporciona un espacio seguro a la diversidad, encontrará la unidad esencial para convertirse en entero”.

La lucha por tener razón no tiene sentido cuando acepto al otro de corazón.


Xiskya Valladares

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