El valor de los pequeños momentos

Imagen del artículo 'El valor de los pequeños momentos' de Carmen Sancho

Hace unas semanas que falleció mi padre. Era una persona mayor, ya tenía 93 años y no por eso fue menos la pérdida y la tristeza.

Ha sido siempre y en cada momento un hombre bueno. Junto con su mujer construyó  una familia numerosa, feliz y positiva. En los momentos de duda y de incertidumbre ponía su nota de optimismo y esperanza en el futuro.

Él siempre pensaba en el Más Allá y tenía mucha fe. Un día me dijo: “Yo creo firmemente en Dios y que estamos rodeados de ángeles; noto continuamente su presencia e incluso creo que me facilitan mi vida, pero me gustaría que me dijeran algo, que me dieran alguna señal…”  Yo le digo ahora: “El que nos puede dar noticias del cielo eres tú.”

No creo que las personas que se van tengan que comunicarse con nosotros para darnos pruebas de que hay un Mas Allá; basta con ver lo que han dejado en los demás, la huella maravillosa plasmada en cada una de las personas que hemos tenido la suerte de compartir su vida.

Él era un “disfrutador contemplativo” de las pequeñas cosas y nos supo contagiar a todos su amor a la naturaleza.

Le encantaba mirar tranquilamente cualquier paisaje, aislarse para hacer la siesta bajo el susurro de los tilos; oír los ruiseñores, los mirlos; mirar el cielo; escuchar música; leer; jugar con sus hijos; demostrar continuamente lo mucho que quería a su mujer; rodearse de sus seres queridos y agradecer todo lo que Dios le daba cada día…

Nos enseñó el valor de las “pequeñas” cosas, a las que quizás en este mundo de hoy no se les da importancia:

-El amor a Dios y a la vida: agradeciendo, con sus palabras llenas de sentido del humor, la suerte de vivir cada momento y de ser consciente de ello.

-El amor y respeto a la Naturaleza: con preguntas tan sencillas como “¿Sabéis de qué árbol es esta hoja?” en los paseos y caminatas que hacíamos con él; o “esas nubes son de tormenta, ¡mirad que maravilla…!” O por las noches, nos poníamos a mirar las estrellas y a adivinar cómo se llamaba cada una.

 

-La alegría de vivir: con una simple y auténtica sonrisa  al vernos llegar, sabíamos que el sólo hecho de aparecer, ya era un motivo de alegría para él…se inventaba palabras como “me esgorcia” para comunicar una felicidad inconmensurable. También disfrutaba de las comidas más sencillas y bendecía a su mujer por lo bien que aprovechaba cualquier alimento para hacer un manjar. Por eso todos aprendimos a disfrutar tanto de cualquier plato, por muy sencillo que fuese.

-El optimismo ante el futuro: cada vez que teníamos algún problema, por muy pequeño que fuera, su actitud era la de comprender nuestra preocupación y darnos ánimos para solucionarlo. También nos contaba algún hecho de su vida parecido y cómo él lo había resuelto.

-El respeto y la amabilidad hacia todas las personas: trataba con la misma afabilidad a un niño que a un adulto; a un jefe que a un empleado.Todos nuestros amigos lo veían como un ser cercano y bondadoso. Nos hacía juegos de palabras, nos contaba cuentos y muchas anécdotas de su propia infancia.

-El amor a la música: al entrar en casa oíamos música de Beethoven, Rachmaninof, Grieg, etc. en lugar de la TV; cantábamos todos juntos  por ejemplo en el coche…parecíamos la familia Trapp.

-El desapego por lo material y dar valor a lo hecho a mano: no teníamos mucho dinero, ellos  trabajaban para todos nosotros y pudimos apreciar y valorar cualquier cosa.

Recuerdo la casita de muñecas que me hizo por las noches, con unas maderas y un poco de pintura. Le puso lucecitas con bombillas pequeñas y mi madre la llenó de cortinitas, de muebles y muñequitos. Ha sido el mejor regalo de mi infancia, y lo que me ha influido más a lo largo de mi vida.

Siempre que pienso en nuestra infancia y adolescencia me lleno de alegría porque nuestros padres supieron hacer una familia divertida y cariñosa, donde pudimos desarrollarnos sin el miedo  de sentirnos inadecuados ni culpables, sólo llenos de amor.

Vivimos el amor y el agradecimiento hacia la vida porque vimos el ejemplo en cosas pequeñas y sencillas en lo cotidiano. Esto nos marcó en positivo para el resto de nuestra vida.

Ha sido un privilegio tener un padre así. Ahora tenemos un ángel en el cielo que nos acompañará siempre.

Este artículo de Carmen Sancho, miembro del Gabinete de Orientación Psicopedagógica del CESAG, se publicó originalmente en la edición nº139 de Mater Purissima (abril 2011).

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