Imagen del artículo sobre el entusiasmo del psicólogo de Pureza Grao Rafael Bellver

El entusiasmo como valor para una vida más plena

Constato, no sin cierta preocupación, una falta de entusiasmo ante la vida en la sociedad actual, no solamente entre los jóvenes, sino también entre los adultos; y me viene a la memoria una frase que leí una vez: “Nadie es tan viejo como aquel que ha perdido el entusiasmo”. Y es verdad, porque la falta de entusiasmo hace desaparecer  el ideal, el proyecto de vida, la meta a conseguir. La carencia de entusiasmo puede, además, provocar pensamientos negativos, baja autoestima y desilusión, incluso puede desencadenar una depresión.

Algunos psicólogos  afirman que la falta de este valor tiene que ver con el temperamento de las personas, el que traemos desde el nacimiento, pero también con todo lo que hemos vivido hasta hoy. Personalmente yo me inclino más por achacar la falta de entusiasmo a lo segundo, aunque no sólo a lo que hemos vivido hasta hoy sino también a lo que vivimos día a día.

Estamos insertos en una sociedad alienante y desmotivadora: falta de valores, de trabajo, de ideales, que hace que las personas seamos cada vez más apáticas o, como dirían nuestros jóvenes alumnos, más “pasotas”. Por eso es preciso que todos nos movamos para conseguir ser más entusiastas ante la vida.

Pero ante esta perspectiva nos podríamos preguntar dos cosas: ¿Qué es el entusiasmo? ¿Cómo lograrlo y transmitirlo?

El término que nos ocupa viene de los vocablos griegos “en-theos-usmus”  que se puede traducir como “tener a Dios dentro”. Es decir, aquel que tiene a Dios dentro de sí  es un entusiasta. En los Hechos de los Apóstoles podemos descubrir cómo los primeros discípulos que estaban escondidos, asustados, temerosos, deprimidos, es decir, faltos de entusiasmo, cuando reciben el Espíritu Santo, o sea, cuando Dios entra dentro de ellos, empiezan a salir por calles y plazas a anunciar la Buena Nueva sin temor de ninguna clase, eufóricos, pletóricos: pasan de la apatía al entusiasmo.

 

 Los cristianos deberíamos pues dejarnos invadir por Dios y así también seríamos más entusiastas, creeríamos más en lo que hacemos y lucharíamos más por aquello que queremos conseguir. El entusiasmo, en este sentido, podemos decir que es un valor netamente cristiano, pues viene de la acción de Dios en nuestras vidas.

A la segunda pregunta contestaremos que el entusiasmo depende de nosotros mismos. Existe una manera de transmitirlo y esto se consigue evitando a toda costa cualquier sentimiento negativo que haga sombra a nuestra felicidad, dejando de ser incrédulos y ser entusiastas ante la vida, con nosotros mismos y con los que nos rodean. Es muy importante que nos apasionemos con lo que hacemos siendo proactivos y teniendo alta nuestra autoestima.

Los padres que así se comportan pueden transmitir entusiasmo a sus hijos. Los maestros que ponen pasión en su labor educadora y docente irradian entusiasmo en sus alumnos.

Para concluir esta reflexión creo que vienen muy bien unos versos del padre Mariano de Blas que dicen:

El entusiasmo es fuego que abrasa la paja,
látigo que golpea las pasiones viles,
es acelerador que obliga al motor
a su máximo poder.
Y esto es vivir.
Entusiasmo es vida.

 

Rafael Bellver es psicólogo de Pureza de María Grao. Este artículo se publicó originalmente en la edición nº136 de Mater Purissima (abril 2010)

1  Cfr. Hech. 2,1-4
2  De Blas, M.: Quiero vivir: pensamientos de vida.

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