Madre Alberta y la Purísima Madre. Juntas en lo cotidiano

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Imagen antigua de una comunidad de Pureza de María

La expresión nos resulta muy familiar. La “Purísima Madre” acompaña el ir y venir de Alberta en Las Cartas. Ella, la Purísima Madre, suaviza las “chinchorrerías” y “trapisondas” de tantos asuntos desagradables, alivia las noches de insomnio, consuela cuando el hijo se va definitivamente, anima el pasar de los años y la rutina de los días grises. Ella, la Purísima Madre, se esconde entre los cuévanos de higos y las cajas de pintura que las Hermanas han preparado para llevarse a Valldemosa, o aparece de improviso en ese cuadro precioso que Alberta ha comprado para la sala donde estarán todas juntas. Ella, la Purísima Madre, nuestra Concepción, nuestra patrona de la Pureza (C. 8) viajará de Valencia a Palma, de Zaragoza a Onteniente, de Onteniente a Palma otra vez, en forma de estampitas, de medallitas, o lo que sea; la cuestión es que ante Ella, Alberta ha rezado innumerables “salves”, una por cada hija y no ha dejado de entrar en ningún santuario donde haya tenido la oportunidad de visitarla.

Las Cartas de Madre Alberta muestran la cotidianeidad de sus días. Y nos muestran cómo María vive en esa cotidianidad, se hace presente y por tanto está viva. Para Alberta significa una presencia enraizada en lo más profundo de su ser. Alberta vive a María, la lleva consigo, la muestra en frases cortas, simples, que se repiten como el amor.

La devoción a la Virgen, esa “teología” mariana que rezuman Las Cartas de Madre Alberta, está hecha de trozos de vida, de consejos apoyados en convicción profunda, de corazón materno que ha encontrado en la Madre de Dios su Purísima Madre, que “se porta siempre tan bien” y “atiende a todas las necesidades” (C, 302). María deberá presidir La Casa,  acompañar los viajes de las Hermanas y las expediciones de las niñas.

La expresión “nuestra Purísima Madre” es la que utiliza más frecuentemente en Las Cartas para referirse a María:

“¡Bendigamos a Dios y a nuestra Purísima Madre que velan sobre nosotras! (C, 82).

“¡Que nuestra Purísima Madre sea el imán de nuestros corazones! (C, 263).

Sin duda la Purísima es un motor potente en la vida de Alberta.

A partir de 1912 Madre Alberta suele encabezar sus cartas con la advocación expresa de la Pureza Inmaculada de María con alguna variante. Tal vez la devoción a la Pureza de María se hizo sentir en ella de una manera particular.

“¿Cómo van Vs. a celebrar la Pureza?” (C, 334). Es realmente importante esta celebración de la Pureza y la resonancia que la fiesta de la Virgen tiene en Madre Alberta y en todas las Hermanas, alumnas y antiguas alumnas. El “Cómo van Vs. a celebrar la Pureza” es un grito que recorre la historia del Instituto; un grito jubiloso y lleno de calor, que hace familia, estimula el entusiasmo y aviva la conciencia de ser Pureza de María.

La Virgen y Madre Alberta. Un binomio acuñado de antiguo. Madre Alberta y la Pureza Inmaculada de María se hacen inseparables, se funden y constituyen el fruto del Espíritu, un carisma en la Iglesia y para la Iglesia.

Las últimas cartas de Madre Alberta, las nueve que durante los dos últimos años de su vida dirigió a su nieto Joaquín, también recogen la importancia de la Virgen en su vida:

“Todos los días ruego a Dios y a la Santísima Virgen por ti y seguiré haciéndolo hasta que  estés en Zaragoza al lado de tus tíos” (C, 396).

“…temo que entréis en función y sea necesario el auxilio de la Pilarica, que no tienes que olvidar ningún día el pedírselo…” (C, 399).

“Quiera Dios que pronto pises el suelo de España; si sucede pronto, saluda a la familia y ve enseguida a saludar a la Pilarica” (C, 400).

Está claro que en la Pureza no se da un paso sin La Virgen.

¡Que nuestra Purísima Madre sea
el imán de nuestros corazones!”
Alberta Giménez

Este artículo de Begoña Portilla, rp, se publicó originalmente en la edición nº132 de Mater Purissima (marzo 2009).

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