La convivencia entre hermanos. Los padres deben favorecer la cooperación más que la competición

La convivencia entre hermanos: Compartir versus competir

Recuerdo que hace años una asociación de Padres de Familias Numerosas me pidió  dar una conferencia para explicar las ventajas que podrían tener los niños que crecían en un entorno con cuatro o más hermanos (hace unos años las familias numerosas eran a partir de cuatro hermanos).  “Tu nos la podrás exponer estupendamente porque eres psicóloga, madre de cuatro y hermana de seis”. O sea que, tanto por mi familia de origen, como por la actual, he vivido y vivo la relación de hermanos por los cuatro costados…

Para aprender a compartir y a convivir en paz, tiene algunas ventajas  tener hermanos, pero todo depende de cómo se eduque a cada hijo, del enfoque que se le de a la educación y del grado de evolución personal de cada progenitor.

En primer lugar sería ideal que los padres dieran ejemplo ante los hijos de compartir no sólo las cosas, y demostrar su generosidad, sino también de comunicarse en positivo entre ellos, propiciando el  amor, el respeto, la paciencia, el autocontrol, el sentido del humor, etc. Y sobre todo, tratar a cada hijo con justicia, diferenciando lo que necesita cada uno y procurando que “saque sus tesoros”.

En segundo lugar el tipo de comunicación que empleemos al dirigirnos a nuestros hijos es la clave para que su  socialización sea positiva: mensajes  que propicien  compartir más que  competir.

El mensaje de la competición es la comparación con los demás hermanos. Utiliza un lenguaje regañón, que no deja madurar, sino reaccionar y sentir celos y envidia: “Has de ser el primero, has de ganar, mira a tu hermano que es más pequeño y lo hace mejor que tú, eres torpe, te has equivocado en las cuentas, sabes menos que tu hermana”, etc.

El mensaje del compartir es la comparación con uno mismo, con los propios logros, es un lenguaje positivo, que acciona la madurez interior propiciando al niño a sacar sus tesoros y a darse cuenta de las ventajas de ser un equipo con sus hermanos. Se utiliza el elogio inmediato de lo que cada hermano hace bien y se ignoran los comportamientos negativos, se fomenta el positivismo y el sentido del humor: (siempre recuerdo como ejemplo al padre de la película “La vida es bella”).

 

-En lugar de: “¡Todavía no habéis recogido la habitación!, ¡sois un desastre!”. “Todos juntos estáis ordenando muy bien la habitación: (cada uno una cosa), comparado con la semana pasada hay más orden, me voy a alegrar un montón cuando entre y lo encuentre todo recogido  ¡sois un gran equipo!”

En lugar de: “¡Te has equivocado en las cuentas!, todas estas están mal, la pobre María ya está harta de explicártelo, no se que vamos a hacer contigo.” “¡Estas cuatro sumas están bien! Se nota que os habéis  esforzado mucho: Maria te lo ha explicado muy bien y tú lo has entendido estupendamente, como ya has aprendido a sumar puedes corregir las otras tú solo.” “Para aprender hay que equivocarse.” “Tú puedes, adelante.”

En lugar de: “¡Estoy harto/a de vuestras peleas! Parece mentira siendo el mayor; ven aquí, pobrecito… y tú, ¡castigado!

Hacer que resuelvan sus diferencias ellos solos, sin ser jueces, alentando la creatividad con preguntas como:” ¿y cómo vais a resolver esto?”

Cada hermano, si se educa enseñando a compartir, a ponerse en el sitio del otro, es el gran maestro de los demás. Con los hermanos se aprender a conocerse y a resolver muchos de los problemas  que en su vida de adultos se van a encontrar.

Al enfrentarse a la sociedad ya habrán aprendido a saber que no son el centro del universo (solidaridad); han tenido que compartir el cariño de los padres y también, y muy importante, a  guardar el turno, a tener paciencia (autocontrol); a saber esperar, a compartir los recursos, valorar más las cosas que se consiguen con esfuerzo, a resolver diferencias, a ayudar al más débil (responsabilidad), a ser afectivamente empáticos y generosos. Y algo muy esencial: saben  que en este mundo cambiante nunca estarán solos.

Pero vuelvo a repetir, que  los padres  han de propiciar más el compartir que el competir.

Este artículo de Carmen Sancho, miembro del Gabinete de Orientación Psicopedagógica del CESAG, se publicó originalmente en la edición nº131 de Mater Purissima (noviembre 2008).

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