«A mi hija no le conviene este chico»

Prácticamente todas las familias han experimentado, más pronto de lo que a muchas les gustaría, la llegada de una “intrusa” (o “intruso”) que roba el corazón de uno de nuestros hijos (o hijas; a partir de ahora omitiré la evidencia de la correspondencia entre géneros). El objetivo de estas líneas es reflexionar sobre cómo afrontar el “impacto” de “ese otro”, muchas veces no deseado que, de la noche a la mañana, se transforma en el novio de mi todavía joven e indefensa hija.

¿Qué hacer si el novio no me parece el adecuado? Por de pronto, prudencia y, con cautela, comunicación. Declarar la guerra a una relación a todas luces inviable difícilmente llegará a buen puerto ya que razonar en el contexto de embriaguez que supone estar enamorado se torna misión imposible. Otra alternativa  tentadora pero insensata es prohibir que se vea con ese indeseable. Cuidado: Transformar la relación en encuentros furtivos no va hacer sino avivar y subir el caché de ese amor imposible. Por supuesto no hago referencia a situaciones de influencia graves como podría ser la iniciación a las drogas, realidades que requerirían  de una actuación contundente.

Desde mi punto de vista lo indicado pasa, volviendo al asunto, por mostrar interés por la relación preguntando por esa persona tan importante para así, dentro de ese volar que es enamorarse, conseguir no tanto que aterrice sino que, aterrizando, siga siendo nuestro aliado. El objetivo será, al principio, mantener la confianza para estar en primera línea de influencia  evitando, por todos los medios, su “tú no lo entiendes” o “no se puede hablar de esto contigo”.

Otra situación típica surge cuando mi niño, por fin, lo deja con esa tontaina, y yo, habiendo hecho el esfuerzo por no criticarla, veo vía libre para desahogarme y confirmar la equivocación que fue apostar por esa relación. Error: Cuando uno se posiciona no cabe, por más que queramos, vuelta atrás, vuelta, por otro lado, más que frecuente en las rupturas entre adolescentes. Que tu hijo escuche lo que opinas de su ex (léase tonta, sosa, pija, etc.) transforma la posible –e intensa- reconciliación en un delicado pastel que, sin duda, alejará la preciada naturalidad marco imprescindible para una influencia fructífera.  Pero esto no quita la existencia de fórmulas sutiles,  impersonales y claras de opinar al respecto. Mi madre, sabia en estos quehaceres,  un par de semanas después de un desenlace amoroso, un día cualquiera que ella entendió clave, me dijo: “En el noviazgo el tren tiene que ir rebosante ya que la vida ya se encargará de, poco a poco, ir nivelando los vagones”. 

 

Cabe añadir que padres y madres no suelen ser conscientes de que un medio noviete puede alcanzar con el tiempo la realidad de marido, siendo así una grave imprudencia mostrar actitudes que pueden trastocar la futura relación entre usted y sus propios hijos.

Pero, entonces, ¿Cómo no hacer nada cuando el novio de mi hija es un insensato? Antes de todo, creo yo, tendríamos que preguntarnos honestamente por qué no nos gusta esa relación, no vaya a ser que la inmadurez esté más bien de nuestra parte.

¿Por qué cree que la relación de su hijo no es la adecuada?  Analicemos este punto. Generalmente las respuestas suelen estar relacionadas con el tambaleo en el crecimiento personal y/o la escasa compatibilidad de personalidades. Es también frecuente encontrar planteamientos clasistas y económicos  del estilo de “su familia apenas tiene recursos” o, lo que es peor, “trabajando donde está no llegará a ningún sitio”.

Taladrar a una hija con estos últimos comentarios, siempre suavizados con un tono de preocupación paternal es, sin lugar a dudas, empujarla hacia una vida de inconsciente infelicidad.

Desde mi perspectiva bajo la opinión “esta relación a mi hija no le conviene” laten dos preguntas a tener presentes: ¿Qué es una relación adecuada? y, quizás más importante ¿Quiero seguir contando con la confianza de mi hijo para vivir junto a él su camino y estar ahí cuando tropiece?

Este artículo de Francisco Güell, profesor del Instituto Ángel Ayala, se publicó originalmente en la edición nº131 de Mater Purissima (noviembre 2008)

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