A mi querida hermana Isabel Iborra

Hay personas que encuentras en tu vida, que te marcan y que influyen mucho en ella, están contigo en momentos cruciales y te ayudan a elegir los caminos acertados. Para mí, esa ha sido la hermana Isabel.

Hace ya tres años que se fue al cielo, pero estoy segura que desde allí me sigue viendo e intercediendo por mí.

Nos conocimos en el colegio de la Avenida del Cid de Valencia, donde ella llegó destinada cuando yo era ya exalumna, antorcha de Foc. Y los años que estuvo aquí me enseñó que por encima de todo el cristiano es humano. Cuando Dios nos creó, soñó para nosotros una vida feliz y puso en nuestro interior los medios para vivirla y hacer felices a los demás. Pero esa bondad innata, ese acercarme a la semejanza de Dios hoy en día se ha tapado con mala influencia.

Ella me enseñó a sacarlo. Dios me amaba tal y como era, así me creó y “vio que estaba bien”. Yo estaba acostumbrada por mi timidez a pasar desapercibida, a minusvalorarme. Me ayudó a quererme y queriéndome, aprendí a amar a los demás. Y junto a ella viví unos años muy felices.

Confió en mí, fui Brasa Mayor de Antorchas y saqué lo mejor de mí.

Cada acontecimiento de mi vida, mi boda y el nacimiento de mis tres primeros hijos lo compartí carteándome con la hermana Isabel. Y ella siempre estuvo ahí contestándome, alegrándose por mí y deseándome lo mejor.

Cuando estaba tan enferma y venía a Valencia, al hospital, me la encontré varias veces, y una de las últimas, me impresionó cómo estando tan mal como estaba, aún pensaba más en sus niñas que en ella misma. Y es que coincidió con mi marido y lo único que le dijo fue “cuida mucho de Carmen y hazle muy feliz”.

Gracias hermana Isabel, gracias por ayudarme en mi vida y estar ahí. Para mí sigue estando, ya tengo otra niña y sé que su alegría ha sido grande. Las dos últimas tienen su nombre en honor de Clara e Inés de Asís. La santa que tanto le gustaba, amiga de Francisco, un santo “muy humano” y pobre. Para mí siempre será la madre Isabel. Me alegro de que en la Congregación Pureza de María siga habiendo religiosas muy humanas, como lo fue Madre Alberta, que nos acercan a todos, mucho, mucho a Dios.

Carmen Villanueva
Ex alumna

Este artículo se publicó originalmente en la edición nº130 de Mater Purissima (junio 2008)

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