Dios y yo marcados

Grábame como un sello sobre tu corazón,
como un sello sobre tu brazo,
porque el Amor es fuerte como la Muerte,
inflexibles como el Abismo son los celos.
Sus flechas son flechas de fuego,
sus llamas, llamas del Señor.
(Cant 8, 6)

Hay experiencias que se graban para siempre en nuestra memoria, hay personas cuyos nombres quedan inscritos en nuestro corazón, incluso olores que nos evocan lugares, acontecimientos… Así de fácil nos es quedar marcados. Pero, ¿sabías que Dios también está marcado? Él lleva tu nombre en su corazón desde toda la eternidad y para toda la eternidad.

Hay cosas de nuestro aspecto exterior que llaman mi atención y me hacen pensar en cómo van las cosas por nuestro interior. Por ejemplo, los tatoos. Eso sí que es fuerte, porque un piercing te lo puedes quitar, pero un tatuaje… ¡Eso es para toda la vida! Y si  lo quieres borrar, queda una fea cicatriz.

En una galería de personas con tatuajes, encontraríamos tatoos de nombres (novio/a, amigos, pareja, hijos, incluso grupos musicales), otros nos mostrarían felices verdaderas obras maestras, dibujos barrocos que expresan formas de ver la vida, lemas, o símbolos importantes para quien los lleva. Veríamos tatoos superelaborados y otros pequeños, casi imperceptibles.

Nos quedaría claro que uno no graba en su piel la primera simpleza que se le pasa por la cabeza. Si algo va a quedar para siempre inscrito en mi piel, que sea algo importante. Tengo amigos que jamás pensaron en hacerse un tatuaje, pero al conocer a su pareja, sintieron una irrefrenable necesidad de grabar su nombre en su piel, como si no encontraran otra manera más maravillosa y fuerte de decirle a él o a ella lo mucho que le quieren. Lo dicho: hay cosas que se nos graban en la memoria e, incluso, en la piel.

Así nos pasa a las personas, nos revestimos con aquello que no es querido, importante, especial.  Pero ¿sabías que el “inventor” de los tatoos es Dios? Sí, sí, has leído bien: Dios. ¿No te lo crees? Pues te lo demuestro, coge una biblia y busca estas citas:  Is 44, 1-5; Is 49, 15-16; Jer 31, 33; Cant 8, 6.

¿Te lo crees ahora? Fíjate bien: para hablar de lo profunda y fuerte que es la presencia de Dios en los creyentes, se utiliza el símbolo del “sello”, el equivalente al tatuaje. Dios se graba a fuego en el corazón, su amor marca a sus hijos e hijas como el amor de dos enamorados. A lo largo del Antiguo Testamento, se dice de muchas maneras que el creyente auténtico queda marcado por Dios. La experiencia de Dios deja marca.

Sin embargo, no sólo el creyente queda marcado por Dios, Dios mismo queda marcado. Le somos tan amados que “tatúa” cada uno de nuestros nombres en su corazón de Padre/Madre. Y, fíjate bien, esa marca de amor, se hace visible en Jesús. En el momento supremo de su vida, Jesús se deja marcar: es azotado y clavado en una cruz. El cuerpo de Jesús en su Pasión se llena de marcas. Son las marcas del odio y el miedo de aquellos hombres a los que Jesús molestaba. Pero Él, Jesús, transformó esas heridas dolorosas e injustas, en heridas de amor. ¿Recuerdas lo que compartimos sobre los piercings? Pues de eso se trata. Al pronunciar desde la cruz esas portentosas palabras de perdón ―“Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”―, al entregar su vida en manos del Abbá, Jesús trasforma el dolor en amor; las heridas, en curación. Por eso Jesús resucitado aparecerá ante sus discípulos con las marcas de la Pasión, marcas bien visibles. Son los “tatuajes” del amor que expresan hasta qué punto Dios ama a sus hijos e hijas. ¿Exagerado? Bueno, es que Dios nos ama exageradamente, locamente, eternamente.

¿Qué te parece? El amor que Dios te tiene le deja marca. ¿Y a ti? ¿Te ha marcado Dios?

Este artículo de Elena Andrés, animadora pastoral de La Cova-Manresa (Barcelona), se publicó originalmente en la edición nº129 de Mater Purissima (febrero 2008)

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