El viaje de los sentidos

La noche anterior a salir para el Congo, una misionera veterana me dijo que iba a experimentar cómo mis cinco sentidos los viviría distinto allá. Y así fue, lo entendí nada más pisar África y lo fui comprendiendo a lo largo de los 21 días del viaje por la R.D. del Congo.

Cuando llegas ahí, lo primero que notas es que la tierra huele diferente, la gente, la comida, los comercios, todo huele diferente. Es un olor intenso, distinto; sólo lo notas los primeros dos o tres días, luego la pituitaria se acostumbra. Huele a vida natural, a vegetación exuberante, a handmade apasionado. A leña quemada y comida humeante. A polvo rojo penetrante.

Y enseguida ves mucha pobreza y, a la vez, en el subsuelo, mucha riqueza. Coloridos vehementes. Ves caras muy serias y formales al acercarte, y muy alegres y sonrientes cuando entran en confianza. Ves la vida en estado puro: niños correteando por todas partes, mucho movimiento, un cierto caos en las ciudades y una calma impresionante en los poblados, como si el tiempo retrocediera y se detuviera abruptamente. Parece que, de repente, la gente se multiplicara como fotocopias. Ves atardeceres y estrellas impactantes, no hay contaminación lumínica alguna, la electricidad es un bien escasísimo. Y ves que muchos de tus conceptos no funcionan: ciudad, orden, tiempo, comodidad, acogida, no responden a lo que tú conocías. Entras en otra dimensión mental. 

[pullquote]Tocas la vida en pleno apogeo, la vida libre, la vida fresca. Tocas tu impotencia[/pullquote]

Luego, oyes muchos sonidos nuevos, conversaciones a todo volumen, cantos entremezclados con gritos festivos, que todos conocen, menos tú. Ruidos como el del mortero que aplasta fuerte la hoja de la mandioca. Y oyes una y mil veces jambo porque todos te saludan por ahí donde pasas, o karibu que es mucho más que bienvenida, pasa adelante, acércate, estás en casa. Y oyes el milagro del canto de las aves en plena ciudad.

Tocas muchas manos, casi todas de gruesa piel, de hombres y mujeres muy fuertes. Tocas a todas horas ese polvillo rojo y fino de la tierra, que se pega por todo tu cuerpo hasta los dientes. Tocas tu propia necesidad, no de ellos, tu necesidad: de abundancia de agua, de electricidad constante, de señal de internet, una cama como Dios manda, de descanso. Tocas la vida en pleno apogeo, niños que salen hasta debajo de las piedras, la vida libre, la vida fresca. Tocas tu impotencia. Y también la gran riqueza humana acompañada de una enorme pobreza material. Tocas su inocencia y sus luchas, no por llegar a fin de mes, sino por vivir el día.

Y finalmente, también lo vives distinto el gusto. No solo en los nuevos sabores de la comida, el bucari y el pescado seco de cada día, sino también en el estilo de decorar, en el concepto de ‘atractivo’ y ‘elegancia’, en el gusto por la fiesta y la unión de la familia o el clan. La vida sabe diferente ahí, sabe a libertad, a salud física y mental, a exuberancia. La vida ahí sabe con más frecuencia a Dios.

Algunas noches, muy pronto sin ninguna luz, mientras rezaba antes de dormir, pensaba en Madre Alberta y me preguntaba ¿quién le hubiera dicho entonces que su nombre y su persona llegaría hasta el corazón de África? Y, sin embargo, hoy ahí suena Mère Alberta, Pureté de Marie…


Xiskya Valladares. Doctora en Comunicación. Licenciada en Filología Hispánica y Másteres en Periodismo y Dirección de Centros Educativos

2 Comments
  • Manuel Estrada
    Posted at 14:06h, 22 diciembre

    Gracias mi distinguida exalumna. Bello el retrato a primera vista y contacto de la tierra africana. Yo sentí igual en Argelia, Mali, Burquina Faso y Costa de Marfil que visite hace unos 50 años. Es un regalo de Dios que puedas dedicar parte de tu vida en ese lugar. Ya sentirás una Verdadera Navidad. Mi abrazo y oración por ti.

    • Xiskya Valladares
      Posted at 15:47h, 19 febrero

      Muchísimas gracias, H. Manuel. Y me alegro mucho saber de usted. Siempre le recuerdo con cariño.