Motivar para educar

Motivar para educar

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Llegar a la escuela con 3 años. Salir con 22, ya con título universitario. ¡20 años! Firmar el primer contrato con una escuela a los 23… y trabajar hasta los 67. ¡Toda una vida! ¿Es posible haberla vivido sin motivación, sin haber conectado nunca con la pasión por aprender y por enseñar? ¿Es posible tener una vida personal y profesional que llene sin haber enlazado muchas veces con esta fuerza interior que tenemos todos y que nos empuja a ser mejores? ¿Educar sin motivar o estar motivado? ¿Aprender o trabajar sin motivación? Es como comer renunciando al sabor, a leer sin sentir, a vivir sin haber sentido nunca alegría, aburrimiento o pena, a querer funcionar como una máquina siendo humano. ¿Parece imposible, no?

«Es posible educar sin motivación, pero es una tortura. Ni es aconsejable ni envidiable. Lo hace todo mucho más difícil», interpreta Iñaki Lascaray, psicólogo terapeuta, economista e integrante del Instituto Superior de Inteligencia Emocional. «Motivación y emoción son dos conceptos muy relacionados. La emoción induce a la acción. Si sientes miedo, lo más probable es que quieras huir. Si motivas, es a través de la emoción, de emociones que predisponen a la aproximación. En la escuela, se consigue a través de estrategias que crean climas emocionales agradables en el aula», relata Rafel Bisquerra,  catedrático de la Universidad de Barcelona y director de su Máster en Educación Emocional.

Pablo Fernández-Berrocal, catedrático de Psicología en la Universidad de Málaga y director del Laboratorio de Emociones y del Master de Educación Emocional de este mismo centro, diferencia entre motivación intrínseca y extrínseca. Esta última es externa: «Hay contextos más motivadores que otros. La educación debería centrarse en la intrínseca. Propiciar que incluso en las peores circunstancias, tengamos capacidad para buscar lo agradable que existe en cualquier situación, tener capacidad para aprender de nosotros mismos y de nuestras experiencias».

Hay motivación porque existen emociones. ¿Es posible educarlas? Los expertos consultados dan un sí rotundo. «Formar en inteligencia emocional es ahora una obligación», asevera Lascaray. El reto «es enseñar a los chicos a saber encontrar y manejar sus emociones. A partir de ahí es fácil encontrar la motivación. Un profesor tiene que encontrar él su motivación. Si está motivado, podrá motivar a sus alumnos. ¿Qué le hace sentirse bien en el aula? ¿Y a sus alumnos? Estas son preguntas que deben hacerse y tener respuesta», afirma el psicólogo.

Educar en emociones supone todo un reto. Para empezar, supone repensar el sistema educativo en su globalidad: desde el planteamiento de la educación infantil a cómo se forma a los futuros profesores. En 1990 Peter Salovey y John Meyer acuñaron el concepto de inteligencia emocional. Daniel Goleman lo popularizó cinco años después con el libro de este mismo nombre. La educación emocional supone la traslación al mundo educativo de este concepto.

Un tema que junto a otros relacionados, como las inteligencias múltiples, somete a revisión nuestra definición tradicional de inteligencia y de éxito en la educación.

Según estudios realizados en Estados Unidos, la correlación existente entre coeficiente intelectual (IQ) y nivel de eficacia en el desempeño de una profesión no supera el 25%. Otra investigación matizó que raramente supera el 10%. Más aún: un estudio del Consortium for Research on Emotional Intelligence on Organizations destacó que el éxito profesional se debe en un 77% a aptitudes emocionales y sociales y sólo en un 23% a capacidades intelectuales.

«La educación, hasta ahora, ha estado más centrada en el conocimiento cognitivo. Por contra, hay que apostar por un desarrollo integral de la persona, teniendo en cuenta también los aspectos emocionales y sociales», declara Bisquerra, coordinador del GROP (siglas en catalán de Grupo de Investigación en Orientación Psicopedagógica) en la Universidad de Barcelona e implicado en estudios como este informe FAROS.

«El sistema educativo está enfocado a que seamos productivos. Eso está bien, pero es insuficiente. Hay que aprender también a estar bien contigo mismo y con los demás. Tratamos de ser felices como podemos y en realidad existe ya un método» para ayudarnos a serlo, proclama Iñaki Lascaray.

«No existe el país de la inteligencia emocional a donde enviar a los niños, como sí haríamos en cambio con nuestros hijos para aprender inglés», declara con humor Fernández-Berrocal, para quien enseñar a los alumnos a reconocer y manejar sus emociones desde su más tierna infancia es muy útil: «en los niños de tres años se consiguen efectos visibles en sólo tres meses».

En su opinión, el aprendizaje «tiene que ser vivencial, creativo, divertido. A los niños les gusta la escuela hasta los 6 años. Después no». Por lo tanto, cabe preguntarse si eso es normal y si puede o debe ser cambiado.

La introducción de la educación emocional y de las competencias emocionales es ya un hecho desde hace años en sistemas educativos como el norteamericano y el inglés (por ejemplo, el programa SEAL). En EEUU los estudiantes que habían recibido educación en competencias emocionales en Primaria ofrecen un rendimiento un 11% superior a aquellos que no. Su tasa de repetidores también es menor (14% frente a un 23% de media). También presentan, según los estudios, mejores resultados en competencia lectora y matemática.

Por otro lado, educar en emociones es también una forma de afrontar algunas de los problemas más serios que afronta el sistema educativo actual. Por ejemplo: ansiedad, estrés, violencia en el aula, falta de concentración, consumo de drogas, falta de comunicación, temas comunes en la escuela de hoy día.

Uno de los proyectos en los que se implicó el equipo del Laboratorio de Emociones de la Universidad de Málaga ha sido el programa INTEMO, un programa de prevención de la violencia en el aula, que sufragó la Consejería de Economía, Ciencia y Empresa de Andalucía. Tras dos años de intervención, con 1.000 alumnos implicados,  enseñándoles técnicas de inteligencia emocional, se observó una disminución de las conductas agresivas y de respuestas negativas en la clase.

En Guipúzcoa, fue la Diputación Foral la que impulsó un programa de innovación educativa que incluyó la educación emocional. La escuela Hirukide, de Tolosa, apostó por ella en 2005. Txaro Etxeberria, actual directora académica del centro, que nació fruto de la fusión de tres colegios que dependían de tres congregaciones distintas, relata que «primero formamos a un pequeño grupo de profesores en inteligencia emocional. Seguidamente, este conocimiento se ha ido compartiendo y extendiendo en círculos cada vez mayores. Los maestros apostaron por educación emocional al ver que era útil para ellos mismos, para sus propias vidas. Por lo tanto, también podía ser útil para sus alumnos». Las familias también  han recibido formación, «porque hay que ir todos a una. Ellos mismos sintieron curiosidad al comenzar a contarles sus hijos cosas de una manera y con expresiones a las que no estaban acostumbrados» (ver video explicativo del proyecto de educación emocional en la imagen inferior, en euskera).

Asimismo se han desarrollado varios espacios y técnicas para hacer de la escuela un lugar más agradable. Hasta los 8 años, existe en las aulas (o en el pasilo) un Rincón del Conflicto, donde los alumnos que se pelean expresan sus sentimientos, el porqué de su agresividad,  y dialogan hasta alcanzar acuerdos.

En 5º y 6º de Primaria, el equipo de Hirukide ha creado la figura de los mediadores, alumnos que con una pequeña formación específica (de 10 a 15 horas) ayudan a sus compañeros a solventar estas situaciones. «Hacemos encuestas entre profesores y alumnos para ver quiénes de ellos pueden mediar mejor. Contactamos con los que tienen más votos y si quieren, se convierten en mediadores». Tienen que guardar el secreto de sus intervenciones «y lo hacen». Cada quince días tratan con los profesores de su labor de mediación y se comparten experiencias.

Etxeberria no identifica la apuesta por la educción emocional con ser una escuela superior, de élite. «Somos una escuela normal, como cualquier otra. Hay que vivirlo para creerlo. Mirando para atrás, creo que ahora manejamos mucho mejor los conflictos que antes», dice. El centro quiere ahora profundizar en las inteligencias múltiples y en el aprendizaje cooperativo como metodologías para mejorar su nivel.

En España, Castilla-La Mancha ha añadido las competencias emocionales a las ocho competencias básicas que debe adquirir el alumno. En la comunidad de Cantabria, con el apoyo de la Fundación Botín, se desarrolla el Programa de Educación Responsable, que ha integrado el 40% de las escuelas de esa comunidad. Es muy aconsejable ver este informe de la Fundación Botín sobre Educación Emocional y Social. Análisis internacional.

En Extremadura, se creó en 2009 la Red Extremeña de Escuelas de Inteligencia Emocional. En Madrid, el ISIE ha colaborado con Escuelas Católicas para dar formación a centenares de profesores en materia de educación, al igual que han hecho en la Universidad de Barcelona los impulsores del GROP.  El Estado español ya no es un desierto en materia de educación emocional, aunque su calificación sería la de un urgente Necesita Mejorar.

Por otro lado, para ser consciente de la necesidad de aprender a reconocer y gestionar las emociones propias, «aprender a generar bienestar», en palabras de Lascaray,  no hay que perder de vista otro objetivo. Es «a partir de las emociones que se construyen valores. Las emociones son el primer nivel de conocimiento, de experiencia del mundo que nos rodea», describe Miquel Martínez, catedrático de Teoría de la Educación de la Universidad de Barcelona y miembro del grupo de investigación sobre Educación Moral (GREM en sus siglas en catalán). «Cada persona se construye en un contexto determinado y busca elementos comunes con otros. Estos elementos son los valores. Y los valores se aprenden si se viven», destaca Martínez. «Los valores se construyen y se mantienen porque se viven», recalca de nuevo. En su construcción y transmisión, el papel de la familia y de la escuela, por separado, «son importantes, aunque no determinantes» en el desarrollo de una persona. «Si fueran determinantes, muchos estarían desahuciados», exclama con ironía.

«Cuando sucede en familia (en referencia a la transmisión de los valores escogidos) es ideal, pero el papel de la escuela es central, sobre todo el papel del educador, que es una referencia para el alumno, un espacio y unas personas que son también un referente para él, donde el estudiante se puede ver reconocido como persona». Martínez señala que la ética y la educación moral «debe ser necesariamente transversal» (un concepto que los entrevistados también defienden para la educación emocional) y no sólo una formación específica. Asimismo, la educación debe ser «plural, porque la sociedad es diversa». Sobre Martínez, consulten este artículo.

En valores y emociones también puede haber espacio para el debate. Para Fernández-Berrocal, «se ha generado un debate ideológico sobre los valores y eso ha complicado la articulación de consensos y demorado la toma de decisiones». Opina que sobre la educación de emociones puede ser más fácil articular estos acuerdos.

«La apuesta por la educación emocional es un elemento diferenciador tremendo entre escuelas. Debería ser un tema estratégico, dedicándole el mismo esfuerzo que se dedica por ejemplo, a la mejora de idiomas como el inglés con los programas de bilingüismo», describe Lascaray, que cree recomendable no caer en simplismos a la hora de valorar nuestros estados emocionales: «No hay emociones malas, sino desagradables. No tenemos emociones malas, como si las personas tuviésemos un error de diseño. Estas emociones nos indican una necesidad no cubierta y que debe ser analizada y  afrontada».

Por lo demás, hay que fomentar la comunicación: «Si la capacidad de comunicación en el aula es buena, será fácil entrar en diálogo con los alumnos. Los profesores deben hablar mucho con los chicos. Un maestro debe ser luz» para sus alumnos. «La emoción es un sistema inteligente de adaptación al medio. Sin emociones, los humanos no habríamos podido sobrevivir», apostilla Fernández-Berrocal.

Pero esta fuerza que nos ha permitido sobrevivir en una naturaleza hostil y evolucionar ofrece un flanco débil: es muy inadaptativa, y las necesidades de la sociedad actual son justo las contrarias: flexibilidad y adaptarse a un entorno en constante cambio.

«Por eso es necesario educar las emociones, y hacer que vayan en unión con la inteligencia más clásica, con la razón. Hay que hacer que la emoción esté al servicio de la razón, y al contrario». El resultado, si se tiene éxito, será haber formado personas más equilibradas.

Un enfoque diferente a un modelo clásico que ocultaba o ignoraba la emoción en sus planteamientos. Un estudio de Trinidad Johnson en Estados Unidos destaca que los adolescentes emocionalmente inteligententes gestionan mejor las discrepancias, lo que les permite soportar mejor la presión grupal a la hora de adoptar prácticas de riesgo o que perjudiquen su salud.

Bisquerra también destaca la necesidad de una coordinación en educación entre familia y escuela. «Una familia con un mal clima emocional puede desmontar el trabajo que se esté haciendo en el centro. De hecho, muchos padres no están en condiciones de educar emocionalmente a sus hijos», por lo que reforzar los lazos entre escuela y familias constituye un aspecto prioritario.

La educación emocional, por lo demás, es una metodología experiencial, vivencial, que sitúa a la persona en el centro: «requiere de personas implicadas, que disfrutan con su trabajo», recalca Berrocal, quien apunta a problemas como el síndrome del burnout (estar quemado) como temas importantes a tratar y gestionar en cada centro. «Educar a una persona es desarrollar su intelecto y todas sus potencialidades individuales (también las emocionales) y colectivas».

El psicólogo y coordinador de la Unidad de Atención Temprana del Hospital San Juan de Dios de Córdoba, Juan de Dios Serrano, realizó en 2009 unas declaraciones publicadas en La Vanguardia donde destaca que «está demostrado» que el éxito escolar no tiene «tanto que ver» con las acciones del niño o con el desarrollo precoz de su capacidad lectora, sino con la influencia de factores emocionales o sociales, como por ejemplo «estar seguro de uno mismo», o conocer qué conductas «esperan los demás de ti.»

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    Posted at 23:45h, 06 marzo

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