El baile de la misericordia

Hace poco me enteré de que existe una palabra para definir el miedo al baile. Es la corofobia. Una fobia no solo a bailar uno mismo, sino también a ver a la gente bailar. Complicado porque se mezcla el movimiento con la música y suele acabar derivando en melofobia, miedo a la música.

Miedo al baile de la vida. Miedo a la música del corazón, propio  y del otro. Para mí, esto es lo que nos pasa cuando nos falta misericordia. El miedo paraliza. La misericordia mueve y conmueve. Es decir, nos pone en movimiento hacia Dios y, en sintonía con los otros.

Y, como el baile, es saludable. He leído que una persona misericordiosa produce 100% más DHEA, una hormona que contrarresta el proceso de envejecimiento, y un 23% menos de cortisol, la hormona del estrés. Aunque lo importante no son estas ventajas, sino que en nuestro ADN de humanos está el ser misericordiosos porque compartimos el ser íntimo de Dios.  Cuando leemos en un diccionario de antónimos lo contrario a misericordia dice: inhumanidad, dureza, inflexibilidad. En latín sería «crudelior», que suena a «crueldad» y que etimológicamente significa «falta de corazón». Cuando la misericordia no nos fluye, podemos pensar que se nos atasca en algún miedo. Se detiene el baile que es sintonía, sincronización con otro corazón.

Me vienen a la mente las duras situaciones que hemos visto todos por la televisión en los últimos meses. No es natural nuestra impasividad ante el dolor de tantos miles de hombres, mujeres y niños que, huyendo de la guerra, estamos  abandonando a su desventura en las fronteras de Europa. ¿Qué nos está pasando?   Tampoco es natural la dureza y la inflexibilidad que mostramos muchas veces con los que compartimos tiempos, espacios y actividades diarias.

Si la misericordia no nos fluye, podemos pensar que se nos atasca en algún miedo

En la Biblia hebrea hay tres palabras para hablar de la misericordia: Hen, hesed y rahamim. «Hen» es mirar con amor, fijar los ojos en alguien con gran cariño. «Heded», en cambio, no es un sentimiento, sino acción: confianza recíproca, mutua transparencia, fidelidad a la palabra dada y al secreto, disponibilidad incondicional, espíritu de servicio, amor entrañable, total gratuidad, etc. Todo el comporta­miento que debería ser normal entre dos o más personas unidas entre sí por un vínculo: parentesco, amistad, alianza. Y «rahamim» es entrañas de misericordia, el plural de «raham» que es seno materno, el carácter más femenino del amor.

¿Nos faltan tiempos de «hen», tiempos de oración en que podamos sentir esa mirada llena de cariño con que Dios nos mira? ¿Nos hemos cerrado al «hesed», a la fraternidad universal que Jesús instauró? ¿O se nos han secado las entrañas, «rahamim»? No lo sé. Pero no es natural la dureza, ni la inflexibilidad, ni la inhumanidad. Llevamos en nuestra alma ADN de Dios, misericordia. Nuestra falta de felicidad puede ser síntoma de una grave enfermedad, ¿crudelior, quizás? ¿falta de corazón? Hemos nacido para la comunión y la conexión de los corazones. Sin sintonía en el baile de la vida, no nos conmovemos y entonces no nos movemos.


Xiskya Valladares. Doctora en Comunicación. Licenciada en Filología Hispánica y Másteres en Periodismo y Dirección de Centros Educativos

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