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Ecología y espiritualidad: la mirada verde

24 de mayo de 2015. La reciente publicación de la encíclica del Papa Francisco Laudato si’ vuelve a poner sobre la mesa la conexión entre ecología y espiritualidad. Antigua relación, que se remonta a los albores de la humanidad, cuando el hombre divinizaba los fenómenos naturales, pero que cobra una nueva dimensión ante fenómenos contemporáneos como el impacto de la creciente industralización, el agotamiento de recursos naturales y el aumento de la contaminación que impulsa realidades como las del cambio climático.

El mundo actual lidia con fenómenos como la desertización, el difícil acceso a recursos básicos para la vida como el agua (una fuente de futuras guerras), la gestión de residuos, la sobrexplotación de recursos naturales o la extinción masiva de especies. Superado el miedo a una extinción repetina por una guerra nuclear, la crisis ecológica, de mútiples aristas y frentes, se está reafirmando como nuevo gran reto. También desde las creencias religiosas.

Para Patxi Álvarez, Secretario para la Justicia Social y la Ecología de la Compañía de Jesús, «la sensibilidad ecológica siempre ha sido básica en la espiritualidad, pues la naturaleza es percibida por quien cree como lugar de encuentro con Dios. Al admirarla, surge como un lugar de encuentro con Él».

Infografía para el reportaje de ecología y espiritualidad

Una visión que complementa Joaquín García Roca, sacerdote y doctor en Teología y Sociología, profesor emérito de la Universidad de Valencia, para quien una espiritualidad ecológica «implica un cambio en el modo de experimentar a Dios.  No es sólo mirar hacia arriba, buscando el Cielo, es también hacerlo hacia dentro, hacia uno mismo, y también a nuestro alrededor, para hallarlo en nuestro entorno».

Según opina García Roca, la actual crisis ecológica pone en discusión el modelo del hombre como centro de todo, el antropocentrismo, fruto de la modernidad y la revolución industrial. «En la Antigüedad, la naturaleza aparecía como una realidad inmutable, todopoderosa, en la que los humanos eramos unos invitados. La modernidad, con los grandes avances científicos, convierte a la naturaleza en objeto, en instrumento, pero la tierra es mucho más. Es también herencia, ¿qué dejaremos a nuestros hijos?» y el hombre, según  esta propuesta alternativa «es un ser en relación. Conectado al espacio, a su entorno, pero también al tiempo, porque no mantenemos conexión sólo con nuestro presente. También estamos ligados al pasado y al futuro. Lo que hagamos ahora va a tener impacto en las futuras generaciones y en su calidad de vida. Cómo vivimos ahora también es consecuencia del legado de nuestros antepasados. El hombre moderno buscó una desconexión de espacio y tiempo» que hoy día no se puede sostener por el impacto y el consumo de recursos naturales. «Fruto de esta visión es la segmentación y la instrumentalización de la realidad y de la naturaleza. Una consecuencia de una visión ecológica de la espiritualidad es ver la realidad intereconectada, analizándola de una forma global», explica Garcia Roca.

EL PAPA ALERTA DE LA RELACIÓN ENTRE CRISIS SOCIAL Y ECOLÓGICA

Para el profesor de Filosofía Moral y Política Agustín Domingo Moratalla, los problemas ecológicos suponen un problema moral «porque apelan a nuestra responsabilidad. Son provocados por todos y cada uno de nosotros. La desertización, la contaminación y todos los problemas ecológicos son el resultado de un determinado modelo de desarrollo basado en un crecimiento desmedido y depredador».

Domingo Moratalla recalca que «la ecología integral es una invitación al discermiento para trabajar por la justicia y cuidar la tierra en todas sus dimensiones. Hay que replantear el diálogo con la naturaleza. En Laudato si se nos invita a repensar y replantear nuestra relación con la tierra (naturaleza natural), con los hermanos (naturaleza fraternal) y con el fondo más auténtico y original de nuestro corazón (naturaleza interior)». Recuerda que la encíclica Laudato si’ también «es una llamada para discernir entre una sensibilidad ecológica sincera y aquella que no lo es».

Como consecuencia de esta problemática moral, el Papa, en su  encíclica sobre el medio ambiente relaciona crisis ecológica y crisis social. Álvarez señala que «los pobres, que son consumidores frugales, no generan la huella ecológica de los pudientes, que utilizan muchos más recursos. Es el consumismo desmedido de muchos el que hoy encabeza la destrucción de nuestro entorno. Son los países más industrializados quienes en los últimos 200 años han contribuido en mayor medida al cambio climático. Los países más pobres no lo han hecho, ni tampoco lo hacen ahora. Por desgracia, sufrirán sus consecuencias y de un modo más grave, pues su capacidad para adaptarse es mucho menor».

LA MIRADA ECOLÓGICA CAMBIA LA VISIÓN ESPIRITUAL

Para este religioso jesuita, el cristianismo está muy lejos de ser una religión antiecológica. «Ahí tenemos el ejemplo de San Francisco de Asís, que es un santo radicalmente cristiano y que profundizando en esa identidad, se siente hermano de todas las realidades. Sin embargo, también es cierto que la civilización occidental, de raíces cristianas, puso en marcha la revolución industrial que está generando desarrollo, pero también devastando el planeta. La comunidad cristiana necesita atravesar un proceso de conversión, que nos permita establecer una relación armoniosa con la naturaleza. En realidad, el cristianismo llama a la sobriedad y a la solidaridad, a una austeridad compartida, en que los lugares de gozo humano se encuentran en la amistad, la generosidad, el servicio…»

Por último, Álvarez subraya que en una visión cristiana de la vida «siempre se produce un vuelco en los valores, a veces difícil de comprender o de aceptar: los pequeños son el objeto del cuidado de Dios, los pobres bienaventurados, quienquiera ser el primero debe hacerse el último. Este vuelco de valores conduce a cuidar, custodiar y cultivar, a admirar y apreciar la vida. No nos da derecho a abusar de ella (la naturaleza) y a explotarla irresponsablemente».

La brecha Norte-Sur se hace de esta manera también plenamente visible en el ámbito ecológico. En definición de García Roca, profesor en el Máster de Cooperación Internacional al Desarrollo de la Universidad Pontificia Comillas, una mirada ecológica en la religión supone «unir el clamor por la tierra con el clamor por los pobres».  Igualmente, señala que puede existir en oposición a esta elección una espiritualidad ecológica «muy individualista» y alerta contra el vivir «en un florilegio del estar bien consigo mismo» pero sin realizar «actos de solidaridad con la gente necesitada», porque, recalca, «no es evangélica».

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Agrega que «vivimos una crisis ética» en que la espiritualidad ecológica «reclama una ética basada en la conciencia de los límites. Se dice que en ecología la economía está sometida a la política, pero la política, a su vez, se somete a la ética. La realidad es una política con una economía no sometida a ella. Y en la ausencia de esta conciencia de los límites se halla la fuente de la degradación de los recursos naturales. No se trata tanto de descubrir los derechos de la tierra, sino de mantenerla».

Agustín Domingo Moratalla estima que «los problemas ecológicos son de tal magnitud, gravedad y envergadura que ni la economía ni la política tienen la última palabra. Sin las tradiciones culturales y religiosas las propuestas de cambio de modelo de desarrollo estarán condenadas al fracaso». En su opinión «la buena teología de hoy se construye en diálogo con las ciencias y la teología contemporánea ha hecho un esfuerzo de diálogo con las tradiciones científicas» que no siempre ha sido correspondido.

Para Patxi Álvarez, «la ecoteología da relevancia a lo que la ciencia nos dice sobre lo que está pasando a nuestro planeta. Por su parte, los científicos cada día son más conscientes de que la protección del planeta precisa de un cambio en los valores, para el que las religiones están especialmente preparadas. Se abre aquí un campo de fecundación mutua» (entre religión y ciencia).

De «dominador» a «custodio y vigilante» de la creación

Hay una interpretación bíblica «que no se sostiene, que ha llevado a justificar el abuso de la Tierra» y que asevera que en el Génesis se llama al hombre a dominar la Tierra, relata Joaquín García Roca. Supone una interpretación literal «que no sitúa las palabras en su contexto, como era el de una sociedad agrícola, donde la Tierra es el sustento y el centro de todo. Ahora, hemos pasado a una sociedad industrial. El gran salto vivido obliga a replanteártelo todo, porque el dominio del hombre ha crecido de forma tan exponencial que es capaz de destruir la naturaleza».

Patxi Álvarez apunta que el Papa Francisco «nos recuerda que dominar la tierra, no significa disponer de ella a placer, sino que hay que entender la expresión en la línea de ‘labrar y cuidar’, es decir, de cultivarla, preservarla y vigilarla. La tierra es de Dios, no es nuestra, de ahí que debamos respetar sus leyes y sus delicados equilibrios. Estamos llamados a ser custodios de la creación, no sus expoliadores».

Para Domingo Moratalla, «en la Biblia hay una apelación explícita a la responsabilidad. El dominio del que se nos habla tiene que ver con el ‘cuidado responsable’. Una hermenéutica correcta de las Escrituras es aquella que interpela al ser humano como custodio de la Creación».

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