¿Conviene ser optimista?

¿Conviene ser optimista?

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Decía el escritor y filósofo del siglo XIX Ralph Waldo Emerson, con una pizca de sarcasmo, que «un optimista piensa que este es el mejor de todos los mundos posibles. El pesimista tiene miedo de que eso sea cierto». Décadas después, Winston Churchill terciaba en esta eterno debate con la cita que «un optimista ve una oportunidad en toda calamidad. Un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad».  Por eso, no veía útil otra cosa que el optimismo.

Entonces, ¿cómo ves el vaso? ¿Medio lleno o medio vacío? En la forma habitual de explicar qué te ocurre encontrarás tu respuesta. Y contradictorios como somos, tendemos a huir de la gente que sólo nos cuenta problemas y se queja de todo, buscando en cambio la amistad de gente positiva, que nos haga sentir bien.

Por contra, el lamento es una vía habitual para llamar la atención y obtener empatía y comprensión de nuestro interlocutor.  Como bien decía el escritor ruso Dovstoievski, «el hombre se complace en enumerar sus pesares, pero no enumera sus alegrías».

¿Qué conviene más? ¿El optimismo o el pesimismo? Analizadas fríamente, las ventajas de una disposición vital optimista parecen mayores. Estudios médicos y psicológicos de variada factura atribuyen al optimista una mejor salud, más longevidad y mayor bienestar emocional.

«Es fácil malinterpretar el optimismo», relata a Mater Purissima Gonzalo Hervás, doctor en Psicología por la Complutense de Madrid y secretario de la Sociedad Española de Psicología Positiva (SEPP), y tacharlo de ingenuo, de poco realista y hasta hacerlo cómplice de teorías de la conspiración. En opinión de Luis Rojas Marcos,  profesor de Psiquiatría por la Universidad de Nueva York, doctor honoris causa por la Ramon Llull y reconocido escritor e investigador, «el optimismo abunda y los seres humanos estamos genéticamente programados para ver el mundo desde una perspectiva favorable. En Europa y particularmente en España, la cultura está muy influenciada por las elucubraciones de los filósofos que relacionaban el optimismo con la ingenuidad o incluso la ignorancia. Muchos también guardan en secreto su optimismo por modestia, por aprensión a producir envidia en quienes los escuchan, o por miedo a atraer la mala suerte».

 

Para Hervás, «hay quien piensa que el optimismo es una herramienta de las altas instancias económicas y políticas para que la gente se queje menos. En realidad, estamos hablando de algo que es bueno para que la gente se sienta mejor consigo misma». Nada más. Y no es poco.

 

Distintos tipos

 

El secretario de la SEPP agrega es bueno distinguir entre un buen optimismo y un optimista ilusorio. «La clave del buen optimismo es que permite a las personas ser más activas para alcanzar sus sueños. Hace a la gente más constructiva, más proactiva, más resistente a las adversidades (el concepto clave de resiliencia). Son gente más flexible, más tenaz, más creativa en la búsqueda de soluciones. El optimista ilusorio, en cambio, como el pesimista, es alguien más pasivo. Es quien confía en que todo va a salir bien automáticamente, sin hacer nada». Y la realidad es terca y difícil de modificar. Diversos estudios científicos (como uno de la Universidad de California, citado en http://bit.ly/rgT11D) destacan que nuestra genética puede hacer que factores como el optimismo, la autoestima y el autocontrol se hereden de padres a hijos. Pero no es menos cierto que en la construcción de la personalidad también influyen factores culturales y sociales.


A los dos ó tres años, un niño es perfectamente capaz de imitar los estilos explicativos de la gente de su entorno más cercano (padres y maestros) y no es hasta los ocho que se consolidan estos modelos de comportamiento y de afrontar las situaciones. Por lo tanto, la educación tiene mucho a decir.  De hecho, Hervás destaca que el optimismo, en este ámbito, «ayuda a crear espirales de motivación. Las personas funcionamos por creencias implícitas. Si un profesor cree que tiene buenos alumnos, se esforzará más, y aumentarán sus posibilidades de obtener buenos resultados».

Según Luis Rojas Marcos, «en el sistema escolar enseñar a los alumnos a sentir y pensar en positivo es con seguridad una gran inversión. Sin duda, para desarrollar al máximo la creatividad, la motivación y el potencial intelectual de los niños y jóvenes, es importante nutrir la autoestima saludable, la esperanza y la visión positiva de las cosas». En su criterio, «los sistemas escolares que valoran la autonomía del individuo y fomentan en los estudiantes la idea de que si se lo proponen lograrán alcanzar sus metas, estimulan el pensamiento positivo y alimentan la esperanza».

Desde el amanecer de la humanidad la fuerza natural del optimismo nos ha impulsado a promover la felicidad, el progreso y el bien común. Hay diversas características que ayudan a describir nuestra forma de explicar las cosas, y cómo las vivimos. Los pesimistas tienden a ver las malas noticias como algo permanente y los buenos momentos como fugaces. Esta división también se dejó notar en la forma de personalizar las situaciones. Detalles en expresiones como «siempre pierdo las llaves» o «a veces las pierdo porque voy demasiado rápido» reflejan predisposiciones diferentes, más allá del más fácilmente interpretable «nunca hago nada bien».

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5 razones para ser optimista

Nuestras creencias nos hacen ver las mismas situaciones de manera distinta. Los pesimistas tenderán a verlo mal todo («esto es un desastre»). Los perfiles más positivos, en cambio, tienden a acotar lo negativo a causas específicas. Ante acontecimientos positivos, los optimistas los verán como algo normal, como un estado más estable y permanente y fruto de su trabajo, los pesimistas como un momento fugaz.

Muchos creen que las emociones son producto de acontecimientos externos, cuando en realidad son producto de valoraciones y exigencias personales. Esto fue descrito por el psicoterapeuta Albert Ellis en 1962 como el modelo ABC. La A se refería a Acción, B a Creencias (Belief en el original inglés) y C a Consecuencias.  Distorsiones, valoraciones subjetivas muy exageradas pueden derivar en patologías (por ejemplo, la anorexia).

Si no colocamos las cosas en un contexto, si no comparamos un hecho negativo o positivo con otras situaciones, podemos dar más valor del que merecen a a cuestiones secundarias. Si nos sentimos acomplejados por nuestra altura, por ejemplo, y situamos el tema como de importancia máxima, que hace que sea imposible ser felices, ¿cómo valoraremos una enfermedad con riesgo de muerte?

A la hora de favorecer dinámicas y emociones positivas en el aula, es bueno fomentar que los alumnos sean  cada vez más conscientes de sus creeencias y comportamientos. Eso implica, en situaciones de conflicto, tras discutir y poner en común las emociones vividas, analizar las opciones, elecciones y consecuencias, siempre reforzando y apoyando a los niños en sus decisiones.

Igualmente, analizar el rol que asumen en los juegos y al afrontar situaciones es un buen momento para lanzar preguntas cómo ¿Qué más podrías haber hecho? o ¿Cómo lo hiciste?,  que dan información útil tanto al alumno como al maestro.

No aceptar automáticamente un pensamiento negativo, preguntarse si cambiando de estilo explicativo de forma de hacer las cosas se podrían haber obtenido resultados diferentes, son también vías útiles a la hora de modificar estilos de pensamiento negativo.

Todo ello, teniendo en cuenta que como explica Elsa Punset en su libro Brújula para navegantes emocionales, los temperamentos humanos son diferentes y nos predisponen en una dirección u otra y nos aportan ciertas cualidades… y defectos. Es imposible reducirnos a unas pocas etiquetas, por lo que las personas simultánemente podemos combinar rasgos de diferentes temperamentos.

Existen cuatro tipos. El sanguíneo es propio de personas inquietas, nerviosas, expresivas y sociables, fácilmente optimistas. El melancólico destaca por su timidez e introversión. Son sensibles y, por tanto, pueden sentir fácilmente dolor, ofensas. El colérico es el temperamento de la persona muy segura de sí misma, con buena capacidad de atención y de liderazgo (o explosivo y controlador en su vertiente negativa). Por último,  los flemáticos son personas leales, tranquilas, calmadas, se sienten a gusto con la rutina y no les atraen los cambios.  Los temperamentos y la inteligencia (o la capacidad de desarrollo emocional) no son sinónimos.  Los temperamentos personales implican puntos de partida diferentes y ciertas tendencias, que nuestra trayectoria vital, entorno y voluntad de cambio pueden modificar. En familia y en educación, temperamentos coléricos tenderán a modelos autoritarios, mientras que las personas que se distinguen por temperamentos sanguíneos, flemáticos y melancólicos presentan menor disposición a los conflictos.

 

Influencia

 

«Las emociones que tenemos determinan cómo pensamos sobre la realidad», describe a esta revista Daniel Peña, Doctor en Psicología, consultor de Recursos Humanos y director de I+D en el Centro de Psicología Álava-Reyes. «El pensamiento va ligado a las emociones», manifiesta: «A nivel de salud, es infinitamente mejor ser optimista. A otros niveles, también es una mejor opción, pero siempre conectándolo con otros valores, como la esperanza o la proactividad». Peña recalca que «el optimismo actúa como catalizador. En educación puede ser clave en el rendimiento escolar: la percepción de que soy capaz de hacer algo, que me llevará a intentarlo, es importante para el éxito escolar».

 

Las excepciones

 

Una disposición optimista, enganchada con la realidad, «que no sea irracional, es siempre útil. No podemos elegir lo que hemos comenzado a pensar (en relación la importancia del subsconsciente), pero sí lo que vamos a pensar después», apostilla Peña, director del proyecto Talent & Values en  ZenksWorld, un comunidad on-line (http://blog.zenksworld.com/es/) de fomento de la positividad.

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Peña: «El buen optimismo siempre va ligado a otros valores como la esperanza y la proactividad»

Sin embargo, existen escenarios donde un alto grado de optimismo puede ser contraproducente. Un ejemplo de ello puede ser en el caso de los emprendores. «Para el éxito de un proyecto empresarial es importante ser proactivo y capaz de adaptarse a una realidad cambiante. Una persona demasiado optimista puede tener una distorsión positiva de la realidad»,  que le haga más vulnerable al fracaso.

También en mandos intermedios en las empresas, puede existir una disyuntiva. En la mayoría de casos, altos grados de optimismo corresponden con un mejor bienestar emocional individual y colectivo, un ambiente de trabajo más positivo, pero un rendimiento laboral ligeramente menor. También en casos de negociaciones, las simulaciones «nos muestran que los pesimistas, los que más critican, pueden obtener más beneficios, porque existe una tendencia a ceder más ante quien se queja que ante quien no lo hace».

Y aún más importante, como destaca a Mater Purissima el catedrático de la UNED Enrique G.Fernández-Abascal, es que «nos habituamos demasiado rápido a las emociones positivas, y a sus buenos efectivos, y por lo tanto, pierden eficacia». En multitud de ocasiones «nos comportamos como zombies. De lo negativo no nos olvidamos, en cambio, porque los pensamientos negativos son muy poderosos, más aún que los positivos».  Fernández-Abascal considera que «estamos mejor diseñados genéticamente para vivir emociones negativas (por una cuestión de supervivencia). De los seis tipos de emociones con los que nacemos, sólo una, la alegría es netamente positiva. Dominan las que no lo son. La única forma de luchar contra estas inercias es «no dejarse llevar y ser muy consciente» de nuestras reacciones. «Hay que aprender a disfrutar de las cosas, porque somos tacaños con lo que nos gusta» y en cambio, es una de las claves de nuestro bienestar. «Analicemos nuestras sensaciones y reacciones en nuestro día a día. Una ducha es un activador de sensaciones positivas, pero es algo tan habitual que no les damos importancia…. pero ojo si nos quedamos sin agua. ¡Menudo cabreo pillaremos!», apostilla el profesor de la UNED.

Este afrontamiento de la realidad permite llegar más lejos, al activarse la motivación interna de las personas, siempre mejor que la extrínseca. Igual ocurre con la disciplina. Es valorada por la gente como algo negativo si es impuesta desde fuera. Si es una decisión libre de la persona, esta la verá como algo bueno.

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Abascal: «Ser positivo activa nuestras defensas»

«Cuando estamos bajo el efecto de emociones positivas, tomanos decisiones de manera más rápida, vemos las cosas desde una perspectiva más amplia», agrega el profesor de la UNED. «Cuando nos dominan las negativas, nuestra atención se enfoca en las amenazas». Fernández-Abascal describe nuevas conclusiones del conocido en EEUU como ‘Estudio de las Monjas’, (una investigación sobre el Alzheimer que ahora depende de la Universidad de Minnesota, http://bit.ly/KOwPpa), y que afrontó interesantes líneas paralelas, como que las hermanas que participaron el proyecto y que contaban con estilos más positivos vivían más que las que vivían su vocación con un estilo negativo.

Para acabar, Rojas Marcos lanza un mensaje de que el cambio es posible. «Todos podemos alimentar las actitudes positivas y programar situaciones que las favorezcan. Gracias a nuestra capacidad de razonar, de aprender y de cambiar, las personas que se lo proponen y están dispuestas a invertir su tiempo y esfuerzo, tienen la posibilidad de aumentar su predisposición al optimismo», agrega el autor de obras como La fuerza del optimismo y Superar la adversidad: el poder de la resiliencia.

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